¡O GLORIOSA DOMINA!

En Madrid, España, vivía un sacerdote muy devoto de la Santísima Virgen María, por lo cual el demonio lo aborrecía como lo hace con todos los hijos que la Virgen María está dando a su Iglesia. Un día, mientras el sacerdote pasaba por un campo, el demonio tomó la forma de un horrendo y sangriento jabalí, que con los colmillos desnudos lo amenazaba y quería despedazarlo.

Amedrentado el sacerdote llamó a la Virgen Santísima, diciéndole: Madre, y Señora mía, ahuyentad de mí esta bestia. Y puesto de rodillas empezó el Himno que dice: O Gloriosa Domina, excelsa super sidera (O Gloriosa Señora, cuyo dominio se eleva sobre las estrellas); y al oír esto el demonio huyó.

A los pocos días se le apareció y le dijo: Agradece a la Gloriosa Domina que, si no, yo me hubiera vengado de ti. Y al punto el sacerdote entonó otra vez el Gloriosa Domina como quien ya sabía el remedio para su aflicción, con el cual en esta y en otras ocasiones se libró de la fiera infernal.

El poder de estas palabras las conocía San Antonio de Padua y eran siempre sus compañeras en el combate de todos los días hasta el último momento de su vida. Fue la última frase que pronunció al momento de su muerte:

¡O Gloriosa Domina, excelsa super sidera!

Historia tomada del libro el Año Virgíneo.

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