NACIMIENTO DEL DIVINO NIÑO JESUS SEGÚN REVELACIONES A SANTA BRÍGIDA DE SUECIA.

Visión de Santa Brígida de Suecia:

Vi una Virgen encinta muy hermosa, vestida con un manto blanco y una túnica delgada, que estaba ya próxima a dar a luz. Había allí con ella un rectísimo anciano, y los dos tenían un buey y un asno, los que después de entrar en la cueva, los ató al pesebre, salió y trajo a la Virgen una lámpara encendida, la fijó en la pared y salió nuevamente para no estar presente al parto.

La Virgen se descalzó, se quitó el manto blanco con que estaba cubierta y el velo que llevaba en la cabeza, los puso a su lado, quedándose solamente con la túnica puesta y los cabellos tendidos por la espalda, hermosos como el oro. Sacó en seguida dos paños de lino y otros dos de lana muy limpios y finos, que consigo llevaba para envolver al Niño que había de nacer, y sacó otros dos pañitos del lienzo para cubrirle y abrigarle la cabeza al Niño, y todos los puso a su lado para valerse de ellos a su debido tiempo.

Hallábase todo preparado de este modo, cuando se arrodilló con gran reverencia la Virgen y se puso a orar con la espalda vuelta hacia el pesebre y la cara levantada al cielo hacia el oriente. Alzadas las manos y fijos los ojos en el cielo, hallábase como en éxtasis de contemplación y embriagada con la dulzura divina; y estando así la Virgen en oración, vi moverse al que yacía en su vientre, y en un abrir y cerrar los ojos dio a luz a su Hijo, del cual salía tan inefable luz y tanto esplendor, que no podía compararse con el sol. La luz que había puesto el anciano no daba claridad alguna, porque aquel esplendor divino ofuscaba completamente el esplendor material de toda otra luz.

Al punto vi a aquel glorioso Niño que estaba en la tierra desnudo y muy resplandeciente, cuyas carnes estaban limpísimas y sin la menor suciedad e inmundicia. Oí también entonces los cánticos de los ángeles de admirable suavidad y de gran dulzura.

Así que la Virgen conoció que había nacido el Salvador, inclinó al instante la cabeza, y juntando las manos adoró al Niño con sumo decoro y reverencia, y le dijo: “Bienvenido seas, mi Dios, mi Señor y mi Hijo”.

Entonces llorando el Niño y trémulo con el frío y con la dureza del pavimento donde estaba, se revolvía un poco y
extendía los bracitos, procurando encontrar el refrigerio y apoyo de la Madre, la cual en seguida lo tomó en sus manos y lo estrechó contra su pecho, y con su mejilla y pecho lo calentaba con suma y tierna compasión; y sentándose en el suelo puso al Hijo en su regazo, y comenzó a envolverlo cuidadosamente, primero en los paños de lino, y después en los de lana, y sujetando el cuerpecito, piernas y brazos con la faja, que por cuatro partes estaba cosida en el paño de lana que quedaba encima. Puso después en la cabeza del Niño y los dejó atados aquellos dos pañitos de lino que para esto llevaba. Después de todo entró San José, y postrándose en tierra delante del Niño, lo adoró de rodillas y lloraba de alegría.

La Virgen no tuvo mudado el color durante el parto, ni sintió dolencia alguna, ni le faltó nada la fuerza corporal, según suele acontecer con las demás mujeres, sino que permaneció como embriagada de amor; y en este deliciosísimo arrobamiento quedó, sin darse cuenta, en el mismo estado de conformación de su cuerpo, en que se hallaba antes de llevar en su purísimo seno al Hijo que acababa de nacer. Se levantó en seguida la Virgen, llevando en sus brazos al Niño, y ambos, Ella y San José, lo pusieron en el pesebre, e hincados de rodillas, lo adoraban con inmensa alegría y gozo.

Palabras de Nuestra Santísima Madre a Santa Brígida de Suecia:

“Hija mía, mucho tiempo hace que te había prometido en Roma, que te manifestaría aquí la manera cómo fue mi parto. Y aunque sobre el mismo particular te mostré algo en Nápoles, esto es, cómo estaba yo cuando di a luz a mi Hijo, has de tener sin embargo por muy cierto, que estuve como ahora has visto, dobladas las rodillas y orando sola en el establo.

Lo di, pues, a luz con tanto gozo y alegría de mi alma, que cuando salió Él de mi cuerpo no sentí molestia ni dolor alguno. Y al ver esto José, se maravilló con sumo gozo y alegría; y como la gran muchedumbre de gente que a Belén había acudido estaba ocupada en distribuirse, atendía a esto sólo, y no podían divulgarse entre ella las maravillas de Dios. Pero has de tener por cierto, que aun cuando algunos malos hombres según su humano sentir, se empeñen en afirmar que mi Hijo nació del modo común, la verdad, sin la menor duda, es que nació como ahora te he dicho, y como tú acabas de ver”.

“Cuando di a luz, lo di a luz sin dolor, así como también lo había concebido con tanta alegría de alma y cuerpo que en mi arrebatamiento mis pies no sintieron el suelo sobre el cual estaban parados. Y como Él había llenado mi alma de felicidad al entrar en mi cuerpo, así salió de tal manera que mi virginidad no se vio afectada, y mi cuerpo y mi alma se regocijaron con un gozo indescriptible.

Cuán abrumada me sentí cuando percibí y miré Su belleza, y cuando me di cuenta de que no era digna de un Hijo así. Y luego, también, cuando miré los lugares donde los clavos serían clavados en Sus manos y pies, cómo mis ojos se llenaron de lágrimas y cómo mi corazón se desgarró por el dolor. Y cuando mi Hijo vio las lágrimas en mis ojos, se entristeció”.

“Pero luego, cuando contemplé el poder de Su Divinidad, recuperé la confianza, porque sabía que era Su voluntad y que sería para bien, e hice que toda mi voluntad se ajustara a la Suya. Así, mi alegría siempre se mezclaba con el dolor”.

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