EL NOMBRE DE JESÚS ES LA GLORIA DE LOS PREDICADORES.

El nombre de Jesús es la gloria de los predicadores, porque su luminoso resplandor hace que Su palabra sea anunciada y escuchada. ¿Por qué otra razón la luz de la fe se difundió por todo el orbe de modo tan súbito y tan ferviente sino la predicación de este nombre? ¿Acaso no es por la luz y la atracción del nombre de Jesús que Dios nos llamó a la luz maravillosa? A los que de este modo hemos sido iluminados, y en esta luz vemos la luz, dice con razón el Apóstol: Un tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor: andad como hijos de la Luz.

Por lo tanto, este nombre debe ser publicado para que brille, no puede quedar escondido. Pero no puede ser predicado con un corazón manchado o una boca impura, sino que ha de ser colocado y mostrado en un vaso escogido. Por esto dice el Señor, refiriéndose al Apóstol: Éste es un vaso que he escogido yo para que lleve Mi Nombre a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel. En esta vasija escogida iba a haber una bebida más placentera que la que jamás conoció la tierra, ofrecida a toda la humanidad por un precio que pudieran pagar, para que se sintieran atraídos a probarla. Vertido en otros recipientes elegidos, crecería e irradiaría esplendor. Porque nuestro Señor dijo: Ha de llevar Mi Nombre.

En efecto, del mismo modo que un campo, cuando se enciende fuego en él, queda limpio de todas las zarzas y espinas secas e inútiles, y así como, al salir el sol y disiparse las tinieblas, se esconden los asaltantes, los maleantes nocturnos y los que entran a robar en las casas, así, cuando la voz de Pablo se elevó para predicar el Evangelio a las naciones, como un gran trueno en el cielo, su predicación fue un fuego abrasador que se lo llevó todo. Era el sol saliendo en todo su esplendor. La infidelidad fue consumida, las falsas creencias huyeron y la verdad apareció como una gran vela que iluminaba el mundo entero con su brillante llama.

Él llevaba por todas partes el Nombre de Jesús, con sus palabras, con sus cartas, con sus milagros y ejemplos. Alababa siempre el nombre de Jesús, y lo llamaba en su súplica. El Apóstol llevaba este Nombre como una Luz, a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel, y con él iluminaba las naciones, proclamando por doquier aquellas palabras: La noche pasa, el día está cerca. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz; comportémonos honradamente como en el día . El mismo Pablo mostró la luz ardiente y resplandeciente puesta sobre un candelero, proclamando por todas partes a Jesucristo.

Y así la Iglesia, esposa de Cristo, apoyada siempre en su testimonio, se alegra, diciendo con el salmista: Oh Dios, desde mi juventud me enseñaste, y aún anuncio tus maravillas. A esto mismo exhorta el salmista, cuando dice: Cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su salvación, es decir, proclamad a Jesús, el Salvador enviado por Dios.

De los Sermones de San Bernardino de Siena, presbítero (Sermón 49, Sobre el glorioso nombre de Jesucristo).

Oración:

Señor Dios, que infundiste en el corazón de San Bernardino de Siena un amor admirable al nombre de Jesús, concédenos, por su intercesión y sus méritos, vivir siempre impulsados por el espíritu de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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