UNA DEVOTA NIÑA VISITA EL PARAISO.

Relata un sacerdote que en Paraguay había un hombre que tenía dos hijas, una de 5 años y la otra de 3 años a quienes enseñaba a rezar el Rosario y también otras devociones.

La hija mayor se hizo una gran devota del Santo Rosario y repetía muchas veces el Ave María. Casi todo el día estaba de rodillas, sin cesar de repetir tan dulce y tierna salutación.

Un día estaban las dos hermanas en la puerta de su casa y vieron a una señora con vestiduras muy blancas y resplandecientes que traía a un hermosísimo niño en sus brazos. La Señora tomando a la devota niña se la llevó diciendo a su hermana: «No temas que yo volveré con tu hermana».

La niña entró corriendo a darle la noticia a su mamá, la cual salió junto a su marido a buscar a la niña por el barrio y por todo el pueblo. Al no encontrarla, regresaron a casa con el dolor de haber perdido a su hija.

A los pocos días vieron entrar por la puerta de la casa a la niña, se llenaron de alegría y su madre le preguntó en donde había estado, la niña respondió que una Señora de singular belleza se la había llevado a un ameno jardín, haciéndole compañera de un niño hermosísimo y que le dio a comer regalos tan dulces que no sabría explicarlo.

Dijo que la Señora la amonestó, diciéndole que en lugar de la gargantilla de oro que llevaba, llevara un Rosario y que le había enseñado a decir y cantar el magníficat.

«Madre mía», decía la niña, «es tan hermosa que si la vieras quedarías embelesada. Su vestidura era como mil soles y tenía una voz tan dulce, como la miel».

Al día siguiente llevaron a la niña a la iglesia y al pasar por la capilla de la Virgen María, la niña dijo: «Esa es la Señora que me dio los regalos».

Tomado del libro el Año Virgíneo.

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