EL MAYOR REGALO QUE NOS DA EL ESPÍRITU SANTO.

El don más grande que el Espíritu Santo imparte al alma es la Gracia santificante, don tan sublime, tan precioso y divino que sobrepasa la comprensión humana, le da al alma una semejanza con Dios correspondiente a su Santidad infinita, y le imprime la semejanza sobrenatural con Dios.

A través de la gracia, el alma se viste de tal belleza celestial que, en comparación, toda la belleza terrenal parece vil. La gracia santificante nos hace amigos de Dios.

Podemos incrementar nuestro grado de Gracia Santificante por cada buena obra realizada en estado de gracia. No solo con grandes hechos aumentamos en Gracia Santificante, sino con cada pequeño acto como por ejemplo, una mirada devota a la Sagrada Hostia o a un cuadro Sagrado, una humilde inclinación de cabeza ante el Santo Nombre de Jesús, una oración o jaculatoria.

Todos y cada uno de estos buenos pensamientos, santos deseos, palabras y hechos aumentan la gracia de Dios en nosotros, y por cada uno de ellos recibimos un nuevo crecimiento en Gracia Santificante y merecemos mayor honor y gozo en el Cielo. Incluso todos nuestros actos cotidianos como comer, hablar, caminar, trabajar, pueden ser santificados haciéndolos por amor a Dios.

La gracia santificante imparte al alma una belleza inexpresable. Hace que el alma sea tan agradable y tan hermosa, que la belleza del firmamento y de la tierra no se puede comparar con ella. Si pudiéramos contemplar un alma en la gracia de Dios, veríamos que toda la belleza natural se desvanece ante ella.

¡Cuán inconcebible belleza debe poseer nuestra alma, que el infinitamente hermoso Dios mismo se deleita indecible en ella! El menor grado de Gracia Santificante imparte esta belleza al alma; pero el que tiene más gracia tiene un alma más bella, y cuanta más gracia adquiere, más bella se vuelve su alma.

¡Qué gran mal cometen aquellas personas que por el pecado mortal destruyen la belleza de su alma y roban al Creador su gozo en ella!

The Glories of Divine Grace, 2002.

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