CUARTO DÍA DE LA NOVENA A NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN.
ACTO DE CONTRICIÓN:
Jesús, mi Señor y Redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón, porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar, y confío en que,
por Tu infinita misericordia, me has de conceder el perdón de mis culpas y me has de llevar a la vida eterna. Amén.
ORACIÓN INICIAL:
¡Oh! Virgen del Carmen, María Santísima, que para mostrar Tu gran amor a los Carmelitas les honraste con el dulce nombre de hijos Tuyos, alentando con tan singular favor su confianza, para buscar en Ti, como en amorosa Madre, el remedio, el consuelo y el amparo en todas sus necesidades y aflicciones, moviéndoles a la imitación de Tus excelsas virtudes. Te ruego, Señora, me mires, como amorosa Madre y me alcances la gracia de imitarte, de modo que dignamente pueda yo ser llamado también hijo Tuyo, y que mi nombre sea inscrito en el libro de la predestinación de los hijos de Dios y hermanos de nuestro Señor Jesucristo. Ayúdame Madre a conseguir de Tu Divino hijo esta gracia, que por Tu intercesión, en esta novena hoy le pido:
(Pedir la gracia que se desea obtener).
Así Señora, te lo suplico humildemente, diciendo:
Dios te Salve, Reina y Madre, Madre de Misericordia: Vida, dulzura y esperanza nuestra. Dios te Salve, a Ti clamamos los desterrados hijos de Eva. A Ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea! pues Señora, abogada nuestra! Vuelve a nosotros, esos, Tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús: Fruto bendito de Tu vientre. Oh! Clemente! Oh! Piadosa! Oh! Dulce Virgen María! Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
LECTURA:
Cumplidos los cuarenta días de nacido, José y María llevaron a Jesús al Templo de Jerusalén para presentarlo al Señor, según está mandado en la Ley de Moisés: Todo primogénito sea consagrado al Señor. Había en Jerusalén un hombre justo y piadoso llamado Simeón. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu vino al Templo y al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir lo que prescribe la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendiciendo a Dios dijo: «Ahora, Señor según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria a tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que decían de Él.
Simeón los bendijo y dijo a María su madre: «Este niño está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción. y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones». (San Lucas 2, 22-35).
GOZOS:
Pues sois de nuestro consuelo
el medio más poderoso,
Sed nuestro amparo amoroso
Madre de Dios del Carmelo.
Desde que en la nubecilla,
que sin mancha os figuró,
de Virgen Madre adoró
Elías la maravilla,
a vuestro culto capilla
erigió en primer modelo.
Pues sois de nuestro consuelo…
Tan primeros para Vos
los hijos de Elías fueron
que por timbre merecieron
ser de la Madre de Dios,
es título que por Vos
les dio su heredado anhelo.
Pues sois de nuestro consuelo…
A San Simón, general,
el escapulario disteis;
insignia que nos pusisteis
de hijos como señal,
contra el incendio infernal
es defensivo consuelo.
Pues sois de nuestro consuelo…
Quien bien viviere y muriere
con tal señal es notorio,
que, por vos, del purgatorio
saldrá presto si allá fuere;
por tu patrocinio espere
tomar a la Gloria el vuelo.
Pues sois de nuestro consuelo…
Vuestro Escapulario Santo
escudo es tan verdadero,
que no hay plomo ni hay acero
de quien reciba quebranto;
puede, aunque es de lana, tanto
que vence al fuego y al hielo.
Pues sois de nuestro consuelo…
Por ello vos honras tantas,
Señora, al Carmelo hicisteis
que, viviendo, le asististeis
mil veces con vuestras plantas;
con vuestras palabras santas
doblaste su antiguo celo.
Pues sois de nuestro consuelo…
Flores de vuestro Carmelo
son la variedad de santos,
profetas, mártires tantos,
vírgenes y confesores,
pontífices y doctores,
que hacen vuestro Monte Cielo.
Pues sois de nuestro consuelo…
Dando culto a vuestro honor
durará siempre el Carmelo,
porque así lo alcanzó el celo
de Elías, su fundador:
cuando Cristo, en el Tabor,
mostró su gloria sin velo.
Pues sois de nuestro consuelo
el medio más poderoso,
Sed nuestro amparo amoroso
Madre de Dios del Carmelo.
ORACIÓN FINAL:
¡Oh, Inmaculada María, Virgen del Carmen! dulcísima Madre de Dios, Reina de los Ángeles, abogada de los pecadores y seguro refugio de los atribulados; escucha benigna, te suplico, los ruegos de este miserable siervo y concédeme por Tú gracia que sea yo del número de aquellos que amas y favoreces bondadosamente.
Purifica, oh purísima Virgen mi corazón de toda inmundicia de pecados, aleja de mí todo lo que sea desagradable a Tus ojos: libra mi alma de todo afecto terrenal, inspírame el amor a los bienes celestiales y eternos y haz, benignísima Señora, que este amor sea mi único afán, el móvil de todos mis pensamientos y afectos. Ruega ahora y siempre por mí, oh Virgen sacrosanta y particularmente en la hora de mi muerte, en aquel momento en que esté próximo a dar cuenta de toda mi vida al justo y severo juez de vivos y muertos.
No me abandones, no te apartes de mí, oh! Virgen Gloriosa y Bendita. Con todo el afecto que me es posible encomiendo a Tu piedad y cuidado la salvación de mi alma y la pureza de mi cuerpo. Defiéndeme Señora de todos los males y peligros de este mundo. Intercede por mí ante Tu Divino Hijo Jesús, para que yo alcance el perdón de todos mis pecados, de los cuales me arrepiento sinceramente, por haber ofendido con ellos a un Dios infinitamente bueno y digno de ser amado. Dame, oh dulcísima y cariñosa Madre mía, una verdadera fe, una firme esperanza, una caridad ardiente y alcánzame la gracia del Espíritu Santo para hacer siempre y en todas partes Su Santísima voluntad.
Dígnate por Tu piedad y clemencia, gloriosa Reina del Carmen, preservar esta ciudad del hambre, de la peste y de la guerra. Protege a mis parientes y amigos, líbralos de todos los males espirituales y corporales. Te recomiendo también, bondadosa Señora, a las Santas Almas del Purgatorio; intercede ante Tu Divino Hijo para que sean llevadas al Cielo, gocen allí eternamente de la gloria y rueguen a Dios por mí. Amén.
Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.