NOVIEMBRE 21: LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EL TEMPLO.

Lo que se promete se cumple. El libro de los Jueces narra que el juez Jefté hizo una promesa a Dios; sacrificar lo primero que le saliera al encuentro si obtenía el triunfo en la batalla. Ganó la batalla pero al regresar lo primero que le salió a su encuentro fue su única hija. Se rasgo las vestiduras  y lanzo un grito de dolor, le conto la promesa a su hija. Y la hija le dijo: «Padre mío, si le has dado tu palabra al Señor, cumple tu promesa» (Jueces 11, 29-36).

Santa Ana le había prometido al Señor que si le concedía un hijo se lo daría, y a los tres años cumple la promesa, pero con un gran dolor.

En el libro Mística Ciudad de Dios de María Jesús de Agreda, relata lo siguiente:

Santa Ana tuvo una visión en la que el Señor la mandó que cumpliese la promesa llevando al templo a su hija, para presentarla a Su Majestad el mismo día que cumpliese los tres años. Y no hay duda que fue este mandato de mayor dolor para la madre que el de Abrahán en sacrificar a su hijo Isaac; pero el mismo Señor la consoló y confortó, prometiéndole Su gracia y asistencia en la soledad al quitarle a su amada hija. Santa Ana se mostró pronta para cumplir lo que el Altísimo Señor la mandaba, y obediente hizo esta oración:

«Señor y Dios eterno, dueño de todo mi ser, ofrecida tengo a vuestro templo y servicio a mi hija, que vos con misericordia inefable me habéis dado; vuestra es, yo os la doy con hacimiento de gracias por el tiempo que la he tenido y por haberla concebido y criado; pero acordaos, Dios y Señor, que con la guarda de vuestro inestimable tesoro estaba rica; tenía compañía en este destierro y valle de lágrimas, alegría en mi tristeza, alivio en mis trabajos, espejo en quien regular mi vida y un ejemplar de encumbrada perfección que estimulaba mi tibieza, fervorizaba mi afecto; y por esta sola criatura esperaba vuestra gracia y misericordia, y todo temo me falte en solo un punto hallándome sin ella. Curad, Señor, la herida de mi corazón y no hagáis conmigo según lo que merezco, pero miradme como padre piadoso de misericordias; yo llevaré mi hija al templo, como vos, Señor, lo mandáis».

En el libro El poema del Hombre Dios, María Valtorta narra lo siguiente:

“No pienses que esté arrepentida o que de mala gana entregue al Señor mi tesoro” dice Santa Ana a su prima Isabel entre lágrimas. “Es que el corazón me duele al volver a la soledad”. Zacarías dice: «Nuestras entrañas tiemblan al hacer la ofrenda, como la de nuestro Padre Abraham mientras subía al monte a ofrecer a su hijo». Y dice Ana a Isabel: «Yo ya estoy vieja, prima. Nunca lo había sentido como ahora bajo el peso de este dolor. He dado las últimas fuerzas de mi vida a esta flor para llevarla en el seno, alimentarla y ahora en estos momentos me consume el dolor de perderla».

Son las diez de la mañana, se acerca el Sumo Sacerdote. María pide la bendición a sus padres. Los labios de Santa ana y San Joaquín tiemblan y su voz está entrecortada por los sollozos. Están parados frente al templo. La puerta de este se abre y aparece el Sumo Sacerdote. María se separa de sus padres y sube hasta el sacerdote que pone la mano sobre ella y le dice: «¿María conoces tu promesa? «Si», responde María. «Entonces sígueme y sé perfecta» dice el sacerdote. La puerta se cierra. Y afuera se oye exclamar a sus padres ¡María! ¡Hija!

¡Jesús, por las lágrimas de San Joaquín y de Santa Ana, escucha nuestros ruegos!

Leer la presentación en el Templo, por María Jesús de Agreda, en el libro Mística Ciudad de Dios: Presentación de la Virgen María en el Templo.

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