SEXTO DÍA DE LA NOVENA A NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO.
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN INICIAL:
Oh María, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, te saludo con devoción filial. Renuevo la consagración de mí mismo y de todo lo que tengo a Ti. Te agradezco Tu maternal protección y las muchas bendiciones que recibo por Tu admirable misericordia y poderosísima intercesión. En todas mis necesidades recurro a Ti con confianza ilimitada, Auxiliadora de los cristianos, Nuestra Señora de la Misericordia. Te suplico ahora que escuches mi oración y me obtengas de Tu divino Hijo el favor que te pido en esta novena si es la Voluntad de Dios:
(Pedir la gracia que se desea obtener).
Obtén también para mí, queridísima Madre, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, la gracia de imitarte en la práctica de las virtudes: de la humildad, la pureza, la sumisión a la voluntad de Dios y la caridad. Sé mi protectora en la vida, guárdame y guíame en los peligros, dirígeme en las dificultades, llévame por el camino de la perfección, y ayúdame en la hora de mi muerte para que pueda llegar a Jesús, contigo gozar de Él, y amarlo eternamente en el Cielo. Amén.
SEXTO DÍA:
Madre del Perpetuo Socorro, te pedimos por todos los adolescentes y jóvenes, que cada día más jóvenes te conozcan y te amen. Que guiados por el Espíritu Santo respondan con sabiduría a la misión que Dios les ha encomendado para que florezcan nuevas vocaciones y con su ejemplo de santidad lleven a muchas almas hacia Dios. Madre, ayuda a todos los adolescentes y jóvenes para que, caminando de Tu mano, puedan vencer las distracciones y los peligros, y que puedan ser una luz en medio de la oscuridad del mundo.
ORACIÓN FINAL:
Madre del Perpetuo Socorro, concédeme la gracia de poder siempre invocar Tu bellísimo nombre, que es el Socorro del que vive y Esperanza del que muere. Oh María Purísima, oh Dulcísima María, de ahora en adelante Tu nombre esté siempre en mis labios. No te demores, oh Santísima Señora, en ayudarme siempre que te invoque, porque, en todas mis necesidades, en todas mis tentaciones, nunca dejaré de llamarte, repitiendo siempre Tu Sagrado nombre: María, María.
¡Oh, qué consuelo, qué dulzura, qué confianza, qué emoción llenan mi alma cuando pronuncio Tu Sagrado nombre y cuando pienso en Ti! Doy gracias a Dios por haberte dado, para mi bien, un nombre tan dulce, tan poderoso, tan hermoso. Quiero siempre pronunciar Tu nombre con amor y que este amor me lleve siempre a Ti, Madre del Perpetuo Socorro. Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.