NOVENA A SANTA ANA Y SAN JOAQUÍN, SEXTO DÍA.

Oración inicial:

Gloriosos Santos Joaquín y Ana padres de la Santísima Virgen María y abuelos de Nuestro Señor Jesucristo, me pongo en este día bajo su amparo y les pido humildemente que, por la gracia que les ha sido concedida por la Santísima Trinidad, escuchen favorablemente mis súplicas e intercedan por mi para conseguir el favor que pido en esta novena, si es la voluntad de Dios:

(Pedir la gracia que se desea obtener).

Dios misericordioso, que elegiste a Santa Ana y San Joaquín para traer al mundo a la Madre de Tu Divino Hijo, concédenos misericordiosamente a los que con devoción honramos su memoria, la gracia de la felicidad en esta vida, y la alegría de vivir contigo por toda la eternidad. Amén.

Meditación: Ya está cerca el parto de Santa Ana.

Se inicia el mes de septiembre, la lluvia no llega y la sequía es muy grande. Veo a Ana que sale al huerto buscando respirar un aire más puro, sin embargo, el aire quema, ahoga. Un aire que está muy caliente. Joaquín esta junto a una hilera de árboles y de olivos cavando zanjas. Con él hay dos hombres que le ayudan.

Lentamente Ana se le acerca y le dice: «Joaquín no te expongas mucho al sol. El agua que hemos deseado no llega y los campos se queman». Joaquín le contesta: «Tenemos suerte que el manantial está cerca. Abrí unos caños para traer agua a las plantas y a la hierba».

Una mujer dice: «Veo que detrás del Hermón se levanta una nube negra». Y Ana dijo: «Regresemos a casa. Tampoco aquí hay fresco y creo que es mejor regresar».

Se apresuran porque las nubes empujadas por un fuerte viento atraviesan el firmamento y la llanura se oscurece y se estremece ante el temporal que se acerca. Ana llega a casa y se retira a la habitación. Joaquín, al que se le han juntado los trabajadores, habla en la puerta de esta agua que tanto tiempo había esperado y que es una bendición para la tierra muerta de sed.

Pero Joaquín tiene otro temor y es que a la esposa le ha llegado la hora de dar a luz.

Oración final: El Magníficat.

Glorifica  mi alma al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la pequeñez de Su sierva. Desde ahora me llamaran Bienaventurada todas las generaciones. Porque el Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí. Su Nombre es Santo y Su misericordia llega a los que le temen de generación en generación. Él hace proezas con Su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.

Auxilia a Israel Su siervo acordándose de Su misericordia como lo había prometido a nuestros padres Abraham y Su descendencia para siempre. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén. 

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