NOVENA A SANTA ANA Y SAN JOAQUÍN, NOVENO DÍA.
Oración inicial:
Gloriosos Santos Joaquín y Ana padres de la Santísima Virgen María y abuelos de Nuestro Señor Jesucristo, me pongo en este día bajo su amparo y les pido humildemente que, por la gracia que les ha sido concedida por la Santísima Trinidad, escuchen favorablemente mis súplicas e intercedan por mi para conseguir el favor que pido en esta novena, si es la voluntad de Dios:
(Pedir la gracia que se desea obtener).
Dios misericordioso, que elegiste a Santa Ana y San Joaquín para traer al mundo a la Madre de Tu Divino Hijo, concédenos misericordiosamente a los que con devoción honramos su memoria, la gracia de la felicidad en esta vida, y la alegría de vivir contigo por toda la eternidad. Amén.
Meditación: San Joaquín y Santa Ana internan en el Templo a su hija, María.
Santa Ana había dicho a San Joaquín: “Prometeremos al Señor que después de tres años de estar con nosotros se la entregaremos”. Ya se han cumplido tres años y San Joaquín y Santa Ana caminan por las calles de Jerusalén hacia el templo para internar a la niña María que tiene tres años. Son aproximadamente las 10 de la mañana.
Los ojos de Ana están rojos de tanto llorar y Joaquín por la edad y el dolor de entregar su hija se muestra cansado. Llegan al templo y antes de traspasar los muros, María se arrodilla y con los brazos abiertos pide la bendición: «¡Padre! ¡Madre! La bendición«. Los padres la bendicen, la abrazan la besan y la besan. La puerta se abre y un sacerdote vestido majestuosamente la recibe y se interna en la profundidad del templo.
La puerta se cierra y afuera se oye el sollozo de dos ancianos y un grito único: «¡María! ¡Hija!» No la verán más, ya están muy ancianos y María saldrá del templo a los quince años para ser la esposa de José y la madre de Nuestro Señor Jesucristo. 12 años de internado orando delante de Dios y pidiendo por la venida del Mesías, el Salvador del mundo.
Oración final: El Magníficat.
Glorifica mi alma al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la pequeñez de Su sierva. Desde ahora me llamaran Bienaventurada todas las generaciones. Porque el Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí. Su Nombre es Santo y Su misericordia llega a los que le temen de generación en generación. Él hace proezas con Su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel Su siervo acordándose de Su misericordia como lo había prometido a nuestros padres Abraham y Su descendencia para siempre. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.
¡Santa Ana y San Joaquín, rueguen por nosotros!