DESPOSORIO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA CON SAN JOSÉ (ANA CATALINA EMMERICK).

Obedeciendo a las órdenes del Sumo Sacerdote, acudió José a Jerusalén y se presentó en el Templo. Mientras oraban y ofrecían sacrificio le pusieron en las manos una vara, y en el momento en que él se disponía a dejarla sobre el altar, delante del Santo de los Santos, brotó de la vara una flor blanca, semejante a una azucena; y pude ver una aparición luminosa bajar sobre él: era como si en ese momento José hubiese recibido al Espíritu Santo. Así se supo que éste era el hombre designado por Dios para ser prometido de María Santísima, y los sacerdotes lo presentaron a María, en presencia de su madre. María, resignada a la voluntad de Dios, lo aceptó humildemente, sabiendo que Dios todo lo podía, puesto que Él había recibido su voto de pertenecer sólo a Él.

Las bodas de María y José, que duraron de seis a siete días, fueron celebradas en Jerusalén en una casa situada cerca de la montaña de Sión…

He podido ver muy bien a María con su vestido nupcial. Llevaba una túnica muy amplia abierta por delante, con anchas mangas. Era de fondo azul, con grandes rosas coloradas, blancas y amarillas, mezcladas de hojas verdes, a modo de las ricas casullas de los tiempos antiguos. El borde inferior estaba adornado con flecos y borlas. Encima del traje llevaba un peplo celeste parecido a un gran paño. Además de este manto, las mujeres judías solían llevar en ciertas ocasiones algo así como un abrigo de duelo con mangas. El manto de María le caía sobre los hombros volviendo hacia adelante por ambos lados y terminando en una cola. Llevaba en la mano izquierda una pequeña corona de rosas blancas y rojas de seda; en la derecha tenía, a modo de cetro, un hermoso candelero de oro sin pie, con una pequeña bandeja sobrepuesta, en el que ardía algo que producía una llama blanquecina.

Las jóvenes del Templo arreglaron el cabello de María, terminando el tocado en muy breve tiempo. Ana había traído el vestido de boda, y María, en su humildad, no quería ponérselo después de los esponsales. Sus cabellos fueron ajustados en torno a la cabeza, de la cual colgaba un velo blanco que caía por debajo de los hombros. Sobre este velo le fue puesta una corona. La cabellera de María era abundante, de color rubio de oro, cejas negras y altas, grandes ojos de párpados habitualmente entornados con largas pestañas negras, nariz de bella forma un poco alargada, boca noble y graciosa, y fino mentón. Su estatura era mediana. Vestida con su hermoso traje, era su andar lleno de gracia, de decencia y de gravedad. Se vistió luego para la boda con otro atavío menos adornado, del cual poseo un pequeño trozo que guardo entre mis reliquias. Llevó este traje listado en Cana y en otras ocasiones solemnes. A veces volvía a ponerse su vestido de bodas cuando iba al Templo.

En ese traje de gala, María me recordaba a ciertas mujeres ilustres de otras épocas, por ejemplo a Santa Elena y a Santa Cunegunda, aunque distinguiéndose de ellas por el manto con que se envolvían las mujeres judías, más parecido al de las damas romanas. Había en Sión, en la vecindad del Cenáculo, algunas mujeres que preparaban hermosas telas de todas clases, según pude ver a propósito de sus vestidos.

José llevaba un traje largo, muy amplio, de color azul con mangas anchas y sujetas al costado por cordones. En torno al cuello tenía una esclavina parda o más bien una ancha estola, y en el pecho le colgaban dos tiras blancas.

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