NOVENA DE LA ANUNCIACIÓN, OCTAVO DÍA.
Por la señal, de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
MEDITACIÓN DEL OCTAVO DÍA SEGÚN LAS REVELACIONES DADAS A MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA:
En el día Octavo de la Novena de preparación, la Santísima Virgen María es elevada corporalmente a la presencia del Altísimo como el día precedente y los espíritus soberanos admirados decían unos a otros: ¿Quién es esta que se levanta como Aurora, más hermosa que la luna y brillante como el sol?
El Altísimo habló y le dijo: Revertere, revertere Sunamitis, ut intueamur te; Esposa mía, perfectísima paloma y amiga mía, agradable a mis ojos, vuélvete a nosotros para que te veamos y nos agrademos de tu hermosura; no me pesa de haber creado al hombre, me deleito en su formación, pues tú naciste de él; vean mis espíritus celestiales cuán dignamente he querido y quiero elegirte por mi Esposa y Reina de todas mis criaturas. Entiendan todos que si justamente repudié a Eva, la primera reina de la tierra, por su inobediencia, te levanto y te pongo en la suprema dignidad, mostrándome magnífico y poderoso con tu humildad purísima.
Fue para los Ángeles este día de mayor júbilo y gozo desde su creación. Y cuando la Beatísima Trinidad eligió y declaró por Reina y Señora de las criaturas a su Esposa y Madre del Verbo eterno, la reconocieron y admitieron los Ángeles y todos los espíritus celestiales por Superiora y Señora y le cantaron dulces himnos de gloria y alabanza.
En estos ocultos y admirables misterios estaba la divina reina María absorta en el abismo de la Divinidad y la luz de sus infinitas perfecciones; y con esta admiración disponía, el Señor que no atendiese a todo lo que sucedía, y así se le ocultó siempre el sacramento de ser elegida por Madre del Unigénito hasta su tiempo. No hizo jamás el Señor tales cosas con nación alguna, ni con otra criatura se manifestó tan grande y poderoso, cómo este día con María Santísima.
El Altísimo recibió a María y le dijo: «Esposa y Electa mía, pues hallaste gracia en mis ojos, pídeme sin recelo lo que deseas, aunque fuese parte de mi reino y te aseguro como Dios Fidelísimo y Poderoso que no desecharé tus peticiones, ni te negaré lo que pidieres».
Respondió María Purísima: “No pido, Señor mío parte de Vuestro reino para mí, pero lo pido todo para el linaje humano, que son mis hermanos. Pido, altísimo y poderoso Rey, que por vuestra piedad inmensa nos enviéis a vuestro Unigénito y Redentor nuestro, para que satisfaciendo por todos los pecados del mundo alcance vuestro pueblo la libertad que desea, y quedando satisfecha vuestra justicia se publique la paz en la tierra a los hombres y se les haga franca la entrada de los cielos que por sus culpas están cerrados. Vea ya toda carne vuestra salud dense la paz y la justicia aquel estrecho abrazo y el ósculo que pedía David, y tengamos los mortales maestro, guía y reparador, cabeza que viva y converse con nosotros; llegue ya, Dios mío, el día de vuestras promesas, cúmplanse vuestras palabras y venga nuestro Mesías por tantos siglos deseado. Esta es mi ansia y a esto se alientan mis ruegos con la dignación de vuestra infinita clemencia”.
Respondió Dios: «Agradables son tus ruegos a mi voluntad y aceptadas son tus peticiones; hágase como tú lo pides; yo quiero, hija y esposa mía, lo que tú deseas; y en fe de esta verdad, te doy mi palabra y te prometo que con gran brevedad bajará mi Unigénito a la tierra y se vestirá y unirá con la naturaleza humana, y tus deseos aceptables tendrán ejecución y cumplimiento».
Sintió nuestra gran Princesa en su interior nueva luz y seguridad de que se llegaba ya el fin de aquella larga y prolija noche del pecado y de las antiguas leyes y se acercaba la nueva claridad de la redención humana. Y como le tocaban tan de cerca y tan de lleno los rayos del sol de justicia que se acercaba para nacer de sus entrañas, estaba como hermosísima aurora abrasada y refulgente con los arreboles de la Divinidad, que la transformaba toda en ella misma y, con afectos de amor y agradecimiento por el beneficio de la próxima redención, daba incesantes alabanzas al Señor en su nombre y el de todos los mortales.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS:
¡Te saludo, Santísima Virgen, Madre de Dios, Trono de Gracia, milagro del Poder Omnipotente!
¡Te saludo, Santuario de la Santísima Trinidad y Reina del Universo, Madre de Misericordia y Refugio de los pecadores!
Madre amadísima, atraído por Tu belleza y dulzura, y por Tu tierna compasión, me dirijo confiadamente a Ti, y te suplico que me obtengas de Tu amado Hijo el favor que pido en esta novena:
(Pedir la gracia que se desea obtener).
Obtén también para mí, Reina del cielo, la más viva contrición por mis pecados y la gracia de imitar estrechamente las virtudes que tan fielmente practicaste, especialmente la humildad, la pureza y la obediencia.
Sobre todo, te ruego que seas mi Madre y Protectora, que me recibas en el número de Tus devotos hijos y me guíes desde Tu alto trono de gloria.
¡No rechaces mis peticiones, Madre de Misericordia! Ten piedad de mí y no me abandones en vida ni en el momento de mi muerte.
Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.