LA COPA DE LA ÚLTIMA CENA.

¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la Salvación invocando su Nombre. (Salmo 115, 12:13).

Mientras estaban comiendo en la última cena, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. Tomó luego una copa y, habiendo dado las gracias, se la pasó a sus discípulos, diciendo: “Bebed  todos de ella. Porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados”. (San Mateo 26, 26-28).

El paradero de la copa de la última cena encierra uno de los más grandes misterios y encontrarlo ha sido el objetivo en la vida de muchas personas. Algunos historiadores dicen que San Pedro la trasladó hasta Roma, que posteriormente fue trasladada a España, y que ahora se encuentra en la ciudad de Valencia.

En el libro “Mi Vida en Nazaret”, la Santísima Virgen María narra lo siguiente:

“Cuando vinieron los magos me sentí muy sorprendida por ellos y por su sequito. Hicieron unos regalos a Jesús, porque sabían que Jesús era el Mesías, entre estos regalos un cáliz de oro que yo conservé escondido y se lo di a Jesús para la última cena.

Jesús dijo: Guarda este cáliz que es de oro y siempre debe ser así el cáliz de mi sacrificio.

Éramos pobres. Pero no nos quedamos con ningún regalo de los magos, solamente aquel cáliz, ya que debía ser para la última cena de Jesús. En la última cena, Jesús mando a pedir el cáliz del sacrificio. Mi corazón tembló.

El cuerpo de Dios hecho hombre debe ser recibido con todo honor. De rodillas deben estar cuando lo reciben en el alma. Y ahora que no podéis hacerlo, pedirle al menos perdón por no poderos arrodillar”.

Pidámosle a Nuestro Señor que aumente en nosotros el amor a Jesús Sacramentado y que nos ayude a recibirlo con una gran devoción. Esta es una oración que rezaba San Josemaría Escrivá de Balaguer para prepararse para su Primera Comunión:

“Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los Santos”.

Y estas son las dos oraciones que enseñó el Ángel a los niños en Fátima:

“Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman”.

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que Él es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores”.

Leave A Comment