SAN JUDAS, SAN SIMÓN Y EL GENERAL VARARDACH, JEFE DEL EJÉRCITO DE BABILONIA.
Cuenta la historia que cuando San Judas Tadeo y San Simón estaban en Persia, el comandante en jefe de los ejércitos babilónicos, el general Varardach, estaba preparándose para luchar contra poderosos invasores provenientes de la India.
Como era costumbre, el general acudió a los dioses paganos para obtener información sobre el resultado de la guerra, él quería saber si era inminente un enfrentamiento militar, y le pidió a los magos de su corte, Zaroes y Arfaxat, que les preguntaran a los dioses qué iba a pasar, pero como no obtuvieron una respuesta, pensaron que era porque Simón y Judas se encontraban en su tierra haciendo que los dioses guardaran silencio.
El general Varardach hizo traer a los dos Apóstoles ante el tribunal y les preguntó: “¿Cuál es su misión aquí?”. «Somos servidores de Jesucristo y hemos venido para tu salvación eterna«, respondieron los apóstoles. Varardach les dijo: «Ustedes son muy poderosos, porque han silenciado a nuestros dioses, así que les pido que me digan cuál será el resultado de la batalla».
Los Apóstoles se negaron a responder, pero esta vez dieron permiso a los ídolos para que respondieran a las preguntas de los magos. La respuesta de los dioses falsos fue que habría una guerra larga y dura con mucho sufrimiento y muerte en ambos lados.
Temeroso, el general se dirigió a los Apóstoles, quienes le aseguraron: «Tus ídolos mienten, porque mañana a esta misma hora vendrán emisarios de tu adversario pidiendo la paz».
Sin saber qué camino tomar ante estas respuestas contradictorias, Varardach ordenó que tanto los apóstoles como los magos fueran detenidos hasta el día siguiente para ver quién tenía la razón.
Al día siguiente, como predijeron los dos Apóstoles, a la misma hora, llegaron embajadores de paz del enemigo, pidiendo un tratado de paz bajo las condiciones del general.
«Liberen a estos hombres», ordenó Varardach, señalando a Simón y Judas, y también ordenó pena de muerte para Zaroes y Arfaxat. Al ver esto los Apóstoles le dijeron: «No, perdónalos, venimos a dar vida, no a destruirla».
Sorprendido por la actitud de Simón y Judas, e impresionado por su negativa a aceptar cualquier recompensa por sus servicios, Varardach los llevó a la corte del rey de Babilonia. Zaroes y Arfaxat, a pesar de haber sido salvados por los Apóstoles, estaban llenos de resentimiento por verse humillados y porque le habían ganado a sus falsos dioses, por eso intentaron hacerles daño varias veces pero los apóstoles superaron todos los hechizos de los magos.
Los dos santos permanecieron muchos meses en Persia, convirtiendo al rey y a miles de su pueblo, además de sanar a muchos enfermos y ayudar a muchos otros en el nombre de Cristo.
También cuenta la historia que San Judas continuó haciendo viajes misioneros durante muchos años más, convirtiendo a un gran número de personas en Mesopotamia, Armenia, Persia y posiblemente incluso el sur de Rusia.
Durante el último viaje, una turba idólatra, probablemente incitada por Zaroes y Arfaxat, se abalanzaron sobre ellos, matándolos a golpes con garrotes. Por eso se representa a San Judas con un mazo y un hacha porque después de ser asesinado a golpes fue decapitado. También es representado con una llama flotando sobre la cabeza, que simboliza que él era uno de los Apóstoles sobre quien el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas.
Los cuerpos de San Simón y San Judas se encuentran en la Basílica de San Pedro en Roma. El Papa Pablo III concedió una Indulgencia plenaria a todos los que visiten la tumba de San Judas el 28 de octubre, día de su fiesta.