San Juan Evangelista se apareció a Santa Brígida y le dijo:

«La Escritura que llamáis santa, dice que ninguna obra buena quedará sin recompensa. Esta es la Escritura que es conocida por vosotros como la Biblia, pero nosotros los bienaventurados es tan brillante como el sol, incomparablemente más espléndida que el oro, que fructifica como la semilla que da fruto al ciento por uno. Así como el oro supera a los demás metales, así también la Escritura, que vosotros llamáis santa, y nosotros en el cielo la llamamos de oro, excede a todas las demás escrituras, porque en ella se glorifica y anuncia al verdadero Dios, se revelan las obras de los Patriarcas y se explican los vaticinios de los profetas. Y porque ninguna obra ha de quedar sin su debida remuneración, atiende a lo que voy a decirte:

Tú que me estás viendo, ten entendido que yo soy el que de raíz penetró la Escritura de oro, y conociéndola la aumentó, inspirado por Dios. Yo fui afrentosamente desnudado, y porque lo llevé con paciencia, Dios vistió mi alma con vestidura inmortal; fui metido en una caldera de aceite, y por eso gozo ahora del aceite de la alegría eterna; soy también el que, después de la Madre de Dios, pasé del mundo con una muerte más suave, porque fui Su custodio, y mi cuerpo se halla ahora en lugar muy seguro y tranquilo».