EL FUNDAMENTO DE LA FE ES EL NOMBRE DE JESÚS (SAN BERNARDINO DE SIENA).
Este es aquel Santísimo Nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad , demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia.
No pienses en un nombre de poder, menos en uno de venganza, sino de salvación. Su Nombre es misericordia, es perdón. Que el Nombre de Jesús resuene en mis oídos, porque Su voz es dulce y Su rostro bello.
No dudes, el nombre de Jesús es fundamento de la fe, mediante la cual somos constituidos hijos de Dios. La fe de la religión católica consiste en el conocimiento de Cristo Jesús y de su persona, que es luz del alma, franquicia de la vida, piedra de eterna salvación. Quien no llegó a conocerle o le abandonó camina por la vida en tinieblas, y va a ciegas con inminente riesgo de caer en el precipicio, y cuanto más se apoye en la inteligencia humana, tanto más se servirá de un lazarillo también ciego, al pretender escalar los recónditos secretos celestiales con sólo la sabiduría del propio entendimiento, y no será difícil que le acontezca, por descuidar los materiales sólidos, construir la casa en vano, y, por olvidar la puerta de entrada, pretenda luego entrar en ella por el tejado.
No hay otro fundamento fuera de Jesús, luz y puerta, guía de los descarriados, luz de la fe para todos los hombres, único medio para encontrar de nuevo al Dios indulgente, y, una vez encontrado, fiarse de Él, y teniéndolo, disfrutarle. Esta base sostiene la Iglesia, fundamentada en el nombre de Jesús.
El nombre de Jesús es la gloria de los predicadores, porque su luminoso resplandor hace que Su palabra sea anunciada y escuchada. ¿Por qué otra razón la luz de la fe se difundió por todo el orbe de modo tan súbito y tan ferviente sino la predicación de este nombre? ¿Acaso no es por la luz y la atracción del nombre de Jesús que Dios nos llamó a la luz maravillosa? A los que de este modo hemos sido iluminados, y en esta luz vemos la luz, dice con razón el Apóstol: Un tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor: andad como hijos de la Luz.
¡Oh glorioso Nombre! ¡Oh Nombre tan lleno de gracia! ¡Oh Nombre más poderoso y amoroso! por Ti los pecados son perdonados, los enemigos son vencidos y los enfermos sanan. A través de Ti se da fuerza y consuelo a los afligidos. Tú eres la honra de los creyentes, Tú el maestro de los predicadores, Tú la fuerza de los que trabajan, Tú el valor de los débiles.
Eres el deseo de los que oran, el licor embriagador del alma contemplativa, y la gloria de los que están triunfantes en el cielo.
Oh dulcísimo Jesús, que por Tu Santísimo Nombre, podamos reinar con ellos y con todos los Santos, por los siglos de los siglos, Amén.
San Bernardino de Siena.