NUESTRA SEÑORA, EL SANTO ROSARIO Y LA PRECIOSA SANGRE DE JESÚS.
Había un religioso, solo de nombre, porque sus obras eran malas, una sola cosa tenía buena: era devoto de la Santísima Virgen María y del Santo Rosario.
Cayó enfermo y los monjes lo llevaron a la enfermería a curarlo. Como habían llegado a la hora de la oración se retiraron a su oficio y lo dejaron solo. En ese momento apareció una gran muchedumbre de demonios que con gran algazara lo arrebataron y lo llevaron delante del trono del Juez Jesucristo y de su Santísima Madre.
Nuestro Señor Jesucristo preguntó a los demonios qué era lo que pretendían hacer con aquel monje, respondieron: «Señor queremos el alma de este monje, pues es nuestra». La Santísima Virgen María dijo: «Pues no ha de ser así, porque, aunque él haya sido muy malo, por haber sido mi devoto y haber rezado el Rosario completo todos los días, le he de ayudar».
Pusieron en un platillo de la balanza las malas obras y en el otro lado los Rosarios que había rezado. Y las malas obras inclinaban la balanza. Entonces la Santísima Virgen, Madre de Gracia y de Misericordia, se puso de rodillas delante de su Hijo y le dijo: «Señor e Hijo mío la devoción de mi Santo Rosario va unida con vuestra preciosísima Sangre. Te ruego que me des una gota de ella».
Jesús de muy buena gana tomó una gota de su Sangre y se la dio. La Virgen la tomó y la puso en el platillo junto a los Rosarios e inclinó la balanza a favor de los Rosarios. Los demonios llenos de rabia porque la Virgen María les había quitado de sus manos esta alma, la llevaron otra vez a la enfermería.
Cuando llegó el Abad el monje le contó la historia, arrepentido se confesó, comulgó y les dijo a los otros monjes que fueran muy devotos de la Santísima Virgen María y del Santo Rosario.
Historia tomada del libro Año Virgíneo.