UNA HUELLA IMBORRABLE.

“El Viernes Santo después que Jesús dio su último suspiro. El Centurión Longinos pide a un soldado una lanza, se pone de frente al Crucificado. Estudia bien el golpe y luego arroja la larga lanza que penetra profundamente de abajo para arriba, de derecha a izquierda, dejando una abertura de aproximadamente 10 centímetros a la entrada y una herida de 1 centímetro en el Corazón de Jesús”. 

Cuenta la Mística María Valtorta en el libro el Hombre Dios que cuando descendieron de la Cruz el Cuerpo de Jesús y lo colocaron en los brazos de María, su Madre, Ella introdujo su mano en la cortadura e hizo el recorrido de la lanza hasta tocar el Corazón de su Hijo. Esta llaga profunda fue su mayor dolor, la espada que traspasó su Corazón.

“Padre, mira la Señal de la herida del Corazón de Jesús que te amo tanto, mírala, Padre.  Aquí está la huella de mi mano que penetró en la cortadura que le hizo la lanza. De tanto llorar tengo los ojos que me queman, de tanto besar los labios me duelen. Pero ni mis lagrimas ni mis besos borran esta huella. Padre, tu permitiste que un hombre sacase al descubierto el Corazón de mi Hijo, para que yo le viese y me sintiese triturada. Que dolor”.

Alabado sea el Sagrado Corazón de Jesús por quien nos vino la Salud, a Él sea la gloria y honor por los siglos de los siglos.  Amén.

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