EL SANTO NOMBRE DE JESÚS Y LA PLAGA DE LISBOA.
En el libro Las Maravillas del Santo Nombre, el Padre Paul O’Sullivan relata lo siguiente:
Una devastadora plaga aparece en Lisboa en 1432. Todos los que pudieron hacerlo, huyeron aterrorizados de la ciudad y de este modo se extendió por todos los rincones de Portugal.
Miles de hombres, mujeres y niños de todas las clases fueron barridos por la cruel enfermedad. Fue tan virulenta la epidemia que los hombres caían muertos en todas partes: en la mesa, en las calles, en sus casas, en las tiendas, en los mercados, en las iglesias. Usando las palabras de los historiadores, estalló como rayo de hombre a hombre, por un abrigo, un sombrero, o cualquier prenda que hubiera sido tocada por la plaga. Sacerdotes, médicos y enfermeras fueron arrastrados en tal numero que muchos cuerpos yacían en las calles, sin enterrar. Los perros lamían la sangre de los muertos, como resultado, fueron estos contagiados con la terrible enfermedad que se extendió aun más entre la infortunada gente.
Entre aquellos que asistieron a los moribundos con inquebrantable tenacidad, estaba un venerable obispo, Monseñor André Días, que vivió en el Monasterio de Santo Domingo. Este santo varón, viendo que la epidemia, lejos de disminuir, crecía a diario en intensidad y perdiendo la esperanza en la ayuda humana, urgió a la infeliz gente a que invocaran el Santo Nombre de Jesús. Donde quiera que la enfermedad fuera más furiosa, se le había visto, urgiendo, implorando a los enfermos y moribundos y a aquellos a los cuales no les había tocado la enfermedad, a repetir: “Jesús, Jesús”. “Escribidlo en estampas” decía “y guardadlas dentro de vosotros. Ponedlas por la noche debajo de las almohadas. Ponedlas en las puertas, pero por encima de todo, invocad constantemente con vuestros labios y en vuestros corazones este Nombre que es de lo más poderoso”.
Él fue como ángel de paz, llenando a los enfermos y moribundos con coraje y confianza. Los pobres dolientes sentían dentro de ellos una nueva vida, y nombrando a Jesús, ponían las estampas en sus pechos o en sus bolsillos.
Entonces citándoles en la gran iglesia de Santo Domingo, les habló una vez más del poder del Nombre de Jesús y bendijo agua en el mismo Santo Nombre. Ordenando que toda la gente se salpicara con ella y que salpicaran la cara de los enfermos y moribundos. ¡Maravilla de maravilla!. Los enfermos sanaron, los moribundos resucitaron de sus agonías, la plaga cesó y la ciudad fue librada en pocos días del más espantoso azote que jamás la había visitado.
Las noticias se extendieron por todo el país y todos empezaron al unísono a invocar el Nombre de Jesús. En un increíble y corto período de tiempo, todo Portugal se vio libre de la horrorosa enfermedad.
La gente agradecida, teniendo presente las maravillas que habían presenciado, continuaron su amor y confianza en el Nombre de nuestro Salvador. Así que en sus problemas, en todos los peligros, cuando males de cualquier clase les amenazaban, ellos invocaban el Nombre de Jesús. Fueron fundadas confraternidades en las iglesias, fueron hechas procesiones del Santo Nombre mensualmente, fueron levantados altares en honor de este bendito nombre. Así que la mayor maldición que jamás había caído en el país fue transformada en una de las más grandes bendiciones.
Por siglos, esta confianza en el Nombre de Jesús continuó en Portugal y así mismo se extendió a España, Francia y al resto del mundo.