EL MANTO SAGRADO DE SAN JOSÉ.

«Saldrás victorioso contra la lujuria y triunfante sobre el pecado si te refugias en el manto paternal de San José». «Cubierto por el manto paternal de San José, estarás protegido de cualquier daño espiritual; no hay nada que temer. Tu padre espiritual es el padre de Jesús, el esposo de la Madre de Dios y ¡el Terror de los Demonios!». «Así como María protege a sus hijos bajo Su Manto, San José también protege amorosamente a sus hijos bajo Su Manto paternal». Padre Donald Calloway en el libro: Consagración a San José, Las Maravillas de Nuestro Padre Espiritual.

El Manto Sagrado de San José es una de las devociones más conocidas. En la Basílica de Santa Anastasia en Roma se encuentra la reliquia del Manto Sagrado y en el lugar donde está la reliquia, hay una inscripción que dice que el manto fue llevado a Roma desde Tierra Santa por San Jerónimo, en el siglo IV.

Photo: Daniel Ibáñez/CNA

También hay una historia sobre el Manto Sagrado. La historia cuenta como en cierta ocasión San José fue al monte Hebrón a comprar madera para su trabajo de carpintería, pero solo tenía la mitad del dinero que necesitaba para pagarla. La Santísima Virgen María, le sugirió que dejara el manto que Ella le había regalado el día de Su boda como prenda hasta pagar el resto del dinero que debían. Así San José partió para Hebrón con la mitad del dinero y con el Manto de Su Boda:

«Dios te guarde, Ismael», dijo San José cortésmente al llegar a la presencia del dueño de la madera.

«¿Vienes ya por la madera?» respondió Ismael al saludo de José. «Bien podías haber venido antes».

Ismael tenía mal genio, era muy avaro y en su casa no había paz. San José escogió los maderos y cuando ya iba a partir para Nazaret, llamó a Ismael, y le dijo:

«¡Dispénsame que no traigo más que la mitad del dinero; tú sabes que siempre te he pagado a tiempo. Espérame, te pagaré la totalidad y en garantía quédate con esta capa como prenda».

Ismael protestó y quiso que San José se llevara solo la mitad de los troncos, pero finalmente accedió de mala gana a quedarse con el Manto.

Ismael tenía enfermos los ojos, hacía bastante tiempo le habían salido unas úlceras, y a pesar de invertir en médicos y medicinas no había logrado sanarlos. A la mañana siguiente vio que sus ojos estaban completamente sanos, se llenó de sorpresa y de asombro ante ese milagro.

«¿Cómo puede ser posible?» Se preguntó. ¡Ayer tenía los ojos enfermos con úlceras incurables, y hoy sanos sin medicina alguna!».

Al llegar a su casa contó a su esposa Eva el prodigio. Eva tenía muy mal genio y desde que se había casado con Ismael jamás había tenido paz, ni tranquilidad, ni gusto en el matrimonio. Aquella noche tuvo un cambio sorprendente, estaba llena de paz y tranquilidad. Ismael estaba muy asombrado al ver el cambio de su esposa, su dulzura, mansedumbre y su rostro lleno de alegría.

«¿Qué es esto? ¿Quién habrá traído este cambio?» se preguntaba.

«Toma este manto y guárdalo por ahí» le dijo a Eva. «Es de José, el carpintero de Nazaret, y ha de venir a llevárselo; este manto debe ser el que ha traído la paz y la tranquilidad de esta casa. Desde que lo puse sobre mis hombros para traerlo, siento en mí un cambio tan grande, que no puede ser otra la causa».

Los esposos oyeron un ruido en el establo y acudieron a ver qué estaba pasando. Encontraron una vaca enferma, que estaba en el piso con un gran dolor. A pesar de los remedios que ambos esposos le prodigaron no se mejoraba y por el contrario, parecía que estaba agonizando. Ismael se acordó del Manto de José y le comentó a su esposa, no perdían nada con intentarlo y si la vaca sanaba, sabrían que el Manto era la causa de su dicha y del bienestar que disfrutaban.

Tan pronto le pusieron el Manto, la vaca se levantó del suelo y comenzó a comer como si nada hubiera pasado.

«¿Lo ves? Este manto es un tesoro. Desde que él está en nuestra compañía, somos felices. Conservemos esta prenda de los cielos; no nos desprendamos de ella ni aunque nos dieran todo el oro del mundo», dijo Ismael.

«¿Ni al mismo dueño se la devolveremos?» preguntó Eva.

«Ni al mismo dueño». Contestó Ismael.

«Entonces le compraremos otra mejor que ésta, en el mercado de Jerusalén, y si te parece bien iremos los dos a llevársela». Sugirió Eva.

«Sí. Yo le perdono la deuda y además estoy dispuesto a darle de aquí en adelante toda la madera que necesite». Resolvió Ismael.

«¿No has dicho que tiene un hijo llamado Jesús? Le llevaré de regalo un par de corderos blancos y un par de palomas como la nieve, y a María aceite y miel. ¿Te parece bien, esposo mío?» preguntó Eva.

«Todo me parece bien. Mañana iremos a Jerusalén y desde allí a Nazaret», respondió Ismael.

Cuando estaban los camellos preparados para el viaje, llegó jadeante el hermano menor de Ismael, diciendo que la casa de su padre estaba ardiendo y había que llevar el Manto del Carpintero, con el fin de apagar el incendio. Los dos hermanos corrieron a la casa del padre, cortaron un pedazo del milagroso Manto y lo arrojaron apagando instantáneamente el fuego.

Al llegar a la casa del Carpintero de Nazaret, Ismael y Eva su esposa, iban llenos de humildad a postrarse a los pies de la Sagrada Familia y a hacerles varios regalos. Al verlos, San José y la Santísima Virgen María creyeron que vendrían reclamando la deuda y se llenaron de tristeza porque aún no tenían el dinero reunido. Pero el entrar en la casa donde José, María y el Niño Jesús estaban, se pusieron ambos de rodillas. Ismael tomó la palabra y dijo:

«Venimos mi esposa y yo a darte las gracias por los inmensos bienes que hemos recibido del cielo desde que me dejaste el manto en prenda; y no nos levantaremos de aquí sin obtener tu consentimiento para quedarnos con él y que así siga protegiendo mi casa, mi matrimonio, mis intereses y mis hijos».

«Levántate» dijo José, tendiéndoles las manos para ayudarles.

«Oh, santo Profeta! permite hablar a tu siervo de rodillas y escucha estas palabras: Yo estaba enfermo de los ojos y por medio de Tu Manto se han curado; era usurero, altivo, rencoroso y hombre sin entrañas y me he convertido a Dios; mi esposa estaba dominada por la ira y ahora es un ángel de paz; me debían grandes cantidades y las he cobrado todas sin costarme trabajo alguno; estaba enferma la mejor de mis vacas y ha sanado de repente; se incendió la casa de mi padre y se apagó el fuego instantáneamente al arrojar en medio de las llamas un pedazo de tu manto».

«¡Loado sea Dios por todo!» dijo el Santo Carpintero.

«Aún no he terminado» respondió Ismael. «Tú no eres un hombre como los demás, sino un Santo, un Profeta, un ángel en la tierra. Te traigo un manto nuevo, de los mejores que se tejen en Sidón; a María tu esposa, le traemos aceite y miel, y a Jesús, Tu hijo, le regala mi esposa un par de corderos blancos y un par de palomas más blancas que la nieve del Líbano. Aceptad estos pobres obsequios, disponed de mi casa, de mis ganados de mis bosques, de mis riquezas, de todo lo que poseemos, pero ¡no pidas el manto!«

San José aceptó y la Santísima Virgen María les dijo:

«Sabed, buenos esposos, que Dios ha determinado bendecir a todas aquellas familias que se pongan bajo el Manto protector de mi Santo Esposo. No os extrañen pues los prodigios obrados; otros mayores veréis; amad a José, servidle, guardad el Manto, divididlo entre vuestros hijos, y sea ésta la mejor herencia que les dejéis en el mundo».

Los esposos guardaron fielmente los consejos de la Santísima Virgen María y fueron siempre felices, lo mismo que sus hijos y los hijos de sus hijos.

Photo: Daniel Ibáñez/CNA

«Es, pues, natural y digno que así como el bienaventurado José atendió a todas las necesidades de la familia de Nazaret y la ciñó con su protección, así proteja ahora y cubra con el manto de su celestial patrocinio a la Iglesia de Jesucristo». Papa León XIII.

«Regocíjense bajo el manto paternal de San José, el refugio más seguro en las pruebas y tribulaciones». San José Marello.

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