MARZO 15: SAN LONGINOS.

San Longinos fue el Centurión Romano que atravesó con una lanza el Corazón de Jesús, del que brotaron agua y sangre que al caer sobre Longinos, curaron sus ojos y convirtieron su corazón.

En el Evangelio según San Juan (19, 31-37) dice lo siguiente:

«Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la Cruz el sábado – porque aquel sábado era muy solemne – rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron».

San Longinos pronunció las famosas palabras que leemos en el Evangelio de San Mateo: «Verdaderamente Éste era Hijo de Dios».

La Beata Ana Catalina Emmerich describe el momento en el que San Longinos introduce la lanza en el costado de Jesús:

«Casio era un hombre de veinticinco años, cuyos ojos bizcos provocaban la burla de sus compañeros. La ferocidad bárbara de los verdugos, la angustia de las santas mujeres, y el ardor grande que excitó en él la Divina Gracia, le hicieron cumplir una profecía. Empuñó la lanza, y dirigiendo su caballo hacia la elevación donde estaba la Cruz, se puso entre la del buen ladrón y la de Jesús. Tomó su lanza con las dos manos, y la clavó con tanta fuerza en el costado derecho del Señor, que la punta atravesó el Corazón, un poco más abajo del pulmón izquierdo. Cuando la retiró salió de la herida una cantidad de Sangre y Agua que cayendo en su cara, fue para él baño de salvación y de gracia. Se apeó, y de rodillas, en tierra, se dio golpes de pecho, confesando a Jesús en alta voz».

«María cayó en los brazos de las santas mujeres, como si la lanza hubiese atravesado Su propio Corazón, mientras Casio, de rodillas, alababa a Dios; pues los ojos de su cuerpo y de su alma se habían curado y abierto a la luz. Todos estaban conmovidos profundamente a la vista de la Sangre del Salvador, que había caído en un hoyo de la peña, al pie de la Cruz. Casio, María, las santas mujeres y Juan recogieron la Sangre y el agua en frascos, y limpiaron el suelo con paños. Casio, que había recobrado toda la plenitud de su vista, estaba en una humilde contemplación. Los soldados, sorprendidos del milagro que había obrado en él, se hincaron de rodillas, dándose golpes de pecho, y confesaron a Jesús».

«Casio, bautizado con el nombre de Longinos, predicó la fe como diácono, y llevó siempre Sangre de Jesús sobre sí. Esta se había secado, y se halló en su sepulcro, en Italia, en una ciudad a poca distancia del sitio donde vivió Santa Clara».

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