MIÉRCOLES SANTO (MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA).
Descripción de los acontecimientos del miércoles Santo según la Venerable María de Jesús de Ágreda en el libro Ciudad Mística de Dios:
El miércoles siguiente a la entrada de Jerusalén, que fue el día que Cristo nuestro Señor se quedó en Betania sin volver al templo, se juntaron de nuevo en casa del pontífice Caifás los escribas y fariseos (Mt 26, 3-4), para maquinar dolosamente la muerte del Redentor del mundo; porque los había irritado con mayor envidia el aplauso que en la entrada de Jerusalén habían hecho con Su Majestad todos los moradores de la ciudad, y esto cayó sobre el milagro de resucitar a San Lázaro y las otras maravillas que aquellos días había obrado Cristo nuestro Señor en el templo. Y habiendo resuelto que convenía quitarle la vida, paliando esta impía crueldad con pretexto del bien público, como lo dijo Caifás, profetizando lo contrario de lo que pretendió, el demonio, que los vio resueltos, puso en la imaginación de algunos que no ejecutasen este acuerdo en la fiesta de la Pascua, porque no se alborotase el pueblo, que veneraba a Cristo nuestro Señor como Mesías o gran profeta. Esto hizo Lucifer, para ver si con dilatar la muerte del Señor podría impedirla. Pero como Judas Iscariotes estaba ya entregado a su misma codicia y maldad y destituido de la gracia que para revocarla era menester, acudió al concilio de los pontífices muy azorado e inquieto y trató con ellos de la entrega de su Maestro y se remató la venta con treinta dineros, contentándose con ellos por precio del que encierra en sí todos los tesoros del cielo y tierra; y por no perder los pontífices la ocasión, atropellaron con el inconveniente de ser Pascua. Y así estaba dispuesto por la sabiduría infinita, cuya Providencia lo disponía.
Al mismo tiempo sucedió lo que refiere San Mateo (Mt 26, 2) que dijo nuestro Redentor a los discípulos: Sabed que después de dos días, sucederá, que el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado. No estaba Judas Iscariotes presente a estas palabras, y con el furor de la traición volvió luego a los apóstoles y como pérfido y descreído andaba inquiriendo y preguntando a sus compañeros, y al mismo Señor y su beatísima Madre, a qué lugar habían de ir desde Betania y qué determinaba su Maestro hacer aquellos días. Y todo esto preguntaba e inquiría dolosamente el pérfido discípulo, para disponer mejor la entrega de su Maestro, que dejaba contratada con los príncipes de los fariseos. Y con estos fingimientos y disimulaciones pretendía Judas Iscariotes paliar su alevosía, como hipócrita. Pero no sólo el Salvador, sino también la prudentísima Madre, conocía su redoble y depravada intención, porque los Santos Ángeles le dieron luego cuenta del contrato que dejaba hecho con los pontífices, para entregársele por treinta denarios de plata. Y aquel día se llegó el traidor a preguntar a la gran Señora a dónde determinaba ir su Hijo santísimo para la Pascua. Y ella con increíble mansedumbre le respondió: ¿Quién podrá entender, oh Judas, los juicios y secretos del Altísimo? Y desde entonces le dejó de amonestar y exhortar para que se retractase de su pecado, aunque siempre el Señor y su Madre le sufrieron y toleraron, hasta que él mismo desesperó del remedio y salvación eterna. Pero la mansísima paloma, conociendo la ruina irreparable de Judas Iscariotes, y que ya su Hijo santísimo sería luego entregado a sus enemigos, hizo tiernos llantos en compañía de los Ángeles, porque no podía con otra alguna criatura conferir su íntimo dolor; y con estos espíritus celestiales soltaba el mar de su amargura y decía palabras de gran peso, sabiduría y sentimiento, con admiración de los mismos Ángeles, viendo en una humana criatura tan nuevo modo de obrar con perfección tan alta, en medio de aquella tribulación y dolor tan amargo.