ORACIÓN DEL PAPA PÍO XII EN HONOR A LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.
Oh Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los hombres, creemos con todo el fervor de nuestra fe en Tu Asunción triunfal en alma y en cuerpo al cielo, donde eres aclamada Reina por todos los coros de los ángeles y por toda la legión de los santos. Nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que te ha exaltado sobre todas las demás criaturas, y para ofrecerte la pleitesía de nuestra devoción y de nuestro amor.
Sabemos que Tu mirada, que en la tierra velaba por la humanidad humilde y doliente de Jesús, en el cielo está llena de la visión de esa humanidad glorificada y de la visión de la Sabiduría increada, y que la alegría de Tu alma en la contemplación directa de la adorable Trinidad hace que tu corazón palpite con una ternura abrumadora; y nosotros, pobres pecadores, cuyos cuerpos hacen pesado el vuelo del alma, te rogamos que purifiques nuestro corazón para que, aprendamos a ver a Dios y solo a Dios en las bellezas de Sus criaturas.
Confiamos en que Tus ojos misericordiosos se dignen a mirar nuestras miserias y angustias, nuestras luchas y nuestras debilidades; que Tu rostro sonría ante nuestras alegrías y nuestras victorias; para que oigas la voz de Jesús que te dice de cada uno de nosotros, como te dijo una vez de su Discípulo Amado: “He ahí Tu hijo”, y nosotros, que te invocamos como Madre nuestra, nosotros, como Juan, te tomamos como guía, fortaleza y consuelo de nuestra vida mortal.
Nos inspira la certeza de que Tus ojos, que lloraron sobre la tierra enrojecida por la sangre de Jesús, están todavía vueltos hacia este mundo atormentado por guerras y persecuciones, la opresión de los justos y los débiles. Desde las sombras de este valle de lágrimas, buscamos en tu ayuda celestial, tierna misericordia, consuelo para nuestros corazones doloridos y ayuda en las pruebas de la Iglesia y el país.
Creemos finalmente, que en la gloria, donde reinas vestida de sol y coronada de estrellas, Tú eres, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los ángeles y los santos; y de esta tierra donde somos peregrinos, consolados por la fe en la futura resurrección, volvemos los ojos hacia Ti, vida, dulzura y esperanza nuestra. Guíanos con la suavidad de Tu voz, para mostrarnos un día, después de nuestro destierro, a Jesús, fruto bendito de Tu seno, oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Amén.