Creo, oh María, que eres la Madre de todos los hombres. Creo que eres nuestra vida y, después de Dios, el único refugio de los pecadores. Creo que eres la fuerza de los cristianos y Su ayuda, especialmente en la hora de la muerte, que siguiéndote no me desviaré, que rezándote no seré abandonado, que estando contigo no caeré. 

Creo que estás dispuesta a ayudar a los que te invocan, que eres la salvación de los que te invocan, y que estás dispuesto a hacernos más bien del que podemos desear; que aun cuando no te lo pidan, te apresuras a socorrernos.

Creo que en Tu nombre se encuentra una dulzura como la que experimentó San Bernardo en el nombre de Jesús, que es alegría para el corazón, miel para la boca y música para los oídos y que, después el nombre de Jesús, no hay nombre por el cual los fieles reciban tanta gracia, tanta esperanza y tanto consuelo.

Creo que eres corredentora con Cristo para nuestra salvación, que por Tus manos pasan todas las gracias que Dios dispensa, y que nadie entrará en el Cielo sino por Ti, que con razón eres llamada “Puerta del Cielo”.

Creo que la verdadera devoción a Ti es un signo certero de salvación eterna.

Creo que eres superior a todos los Santos y Ángeles, y que sólo Dios te supera.

Creo que Dios te ha dado en el grado más alto posible todas las gracias, especiales y generales, con que puede favorecer a sus criaturas.

Creo que Tu belleza y excelencia superan a la de todos los Ángeles y hombres.

Creo que solo Tú cumpliste a la perfección el precepto: “Amarás al Señor tu Dios” y que los mismos Serafines del Cielo pueden aprender de Tu corazón a amar a Dios.

Yo creo que si todo el amor que todas las madres tienen por sus hijos, todo el que todos los esposos y esposas se tienen el uno al otro, todo el que los Ángeles y Santos tienen por los que les son devotos, se uniera en uno solo, no sería igual al amor que tienes por una sola alma.

Versión completa del Credo Mariano de San Gabriel de la Dolorosa.