EL ELEFANTE BLANCO.

Dice San Juan Bosco:

«Soñé que era día de fiesta y que el patio estaba lleno de alumnos que jugaban y se divertían. Charlaba en mi habitación con el profesor Vallauri, cuando tocaron a la puerta. Salí a ver quién era y me encontré con mi madre (que había muerto hace 6 años), la cual me dijo emocionada: – ¡Ven a ver, ven a ver!

Me asomé al corredor y vi en medio del patio, entre los alumnos, a un elefante de tamaño colosal. Muchos de los jóvenes se habían acercado al elefante y éste parecía ser manso y se divertía correteando con ellos por el patio. Bastantes muchachos jugaban con él, pero la mayoría tuvieron temor y corrieron a refugiarse en la Iglesia.

Sonó la campana para ir al Templo y todo el alumnado se dirigió hacia allí y también el elefante entró a la Iglesia. Pero en el momento en el que se presentó la Santa Hostia para adorarla y todos los alumnos se arrodillaban, el elefante volvió la espalda y se ubicó mirando hacia el lado contrario del altar.

Y al salir otra vez al patio, sucedió una escena desagradable. Un grupo de jóvenes organizó una procesión con un estandarte de la Virgen que tenía esta inscripción:

Sancta Maria, succurre miseris (Santa María, socorred a los necesitados).

Tan pronto como el elefante vio el estandarte se volvió furioso y empezó a dar terribles bramidos y a atacar a todos los que encontraba, y agarrando con la trompa a los que estaban más cerca de él, los levantaba en lo alto, los lanzaba hacia el suelo y los pisoteaba, haciendo así un estrago horrible.

El susto y la confusión eran terribles. Unos lloraban, otros gritaban. Algunos al verse heridos pedían auxilio a sus compañeros, mientras otros, caso verdaderamente horrible, hacían un pacto con el elefante para ser amigos suyos y traerle nuevas víctimas para que las destrozara.

Mientras todo esto sucedía, la imagen de la Virgen que hay en el patio fue creciendo, se llenó de vida y se convirtió en una persona de elevada estatura. Levantó los brazos y abrió el manto; y su manto se volvió tan grande y extenso que alcanzó para cobijar a todos los que se quisieron refugiar debajo de él.

Los primeros en correr a refugiarse bajo el manto de la Santísima Virgen fueron los jóvenes de mejor conducta. Pero al ver la Madre Santa que muchos no acudían a refugiarse bajo su manto, empezó a gritar fuertemente: 

«Venite ad me omnes! ¡Vengan a mí, todos!».

Y el número de jóvenes que se refugiaban bajo el manto de la Virgen aumentaba cada vez más. Pero algunos no hacían caso y no iban a refugiarse allí y resultaban heridos. La Virgen seguía llamando a todos pero muchos no le hacían caso.

El elefante seguía destrozando cada vez más y más, y algunos jóvenes armados de espadas impedían que sus compañeros fueran a refugiarse junto a la Madre de Dios. Y a esos no les hacia ningún daño el elefante.

Varios muchachos de los que estaban refugiados bajo el manto, animados por la Santísima Virgen, empezaron a correr para arrebatarle al elefante sus víctimas y traían a los jóvenes heridos y al ponerlos bajo el manto de la Virgen, los heridos quedaban totalmente curados.

Estos enviados de la Virgen se armaron de palos y empezaron a atacar al elefante y a alejarlo de sus víctimas y a alejar también a los cómplices que colaboraban con la bestia. Y no cesaban de obrar valientemente, aun a costa de sus vidas y así fueron consiguiendo poner a salvo a casi todos.

El patio parecía un desierto. Algunos muchachos estaban tendidos en el suelo, casi muertos. Junto al manto de la Virgen se veía un enorme grupo de jóvenes. Más allá a cierta distancia estaba el elefante con diez o doce muchachos que le habían ayudado en su labor destructora.

Y de pronto el animal, irguiéndose sobre sus dos patas se convirtió en un horrible fantasma de largos cuernos, y tomando un manto negro y una red, envolvió en ella a los miserables jóvenes que le habían ayudado a hacer el mal a los demás, dando al mismo tiempo un tremendo rugido. Enseguida los envolvió a todos una nube de humo muy negro, y abriéndose la tierra, desaparecieron con el monstruo.

Me volví hacia la Virgen y vi escrito en su manto estas frases:

Qui elucidant me vitam aeternam habebunt: «Los que me honran, tendrán la vida eterna».
Qui me invenerit, inveniet vitam: «El que me encuentra, encontrará la vida». 
Si quis est parvulus, veniat ad me: «Quien sea pequeño, que venga a mí».
Refugium peccatorum: «Refugio de los pecadores».
Salus credentium: «Salvación de los creyentes».
Plena omnis pietatis, mansuetudinis et misericordiae: «Llena de piedad, mansedumbre y misericordia».
Beati qui custodiunt vias meas: «Bienaventurados los que guardan mis caminos».

Después la Virgen les dijo a los jóvenes:

«Una de las causas de muchos males para la juventud son las malas conversaciones. Huyan de los compañeros amigos de Satanás. Eviten las malas conversaciones, especialmente las conversaciones contra la Santa virtud de la pureza. Tengan una ilimitada confianza en Mí, y mi manto les servirá de refugio seguro».

La Virgen desapareció. La estatua del patio volvió a ser la misma de antes. Los jóvenes entonaron un canto a Nuestra Señora (Laudate Maria, O lingue fideli). Poco después toda la escena se desvaneció y yo me desperté.

Yo les recomiendo a todos que recuerden las palabras de la Virgen:

«Venite ad me omnes! ¡Vengan a mi todos».

Les aconsejo que en toda clase de peligros invoquen a María, y les aseguro que serán escuchados. A los que fueron tan heridos les recomiendo que huyan de los malos compañeros y de las malas conversaciones. Y a los que quieren alejar a los demás de la devoción a la Virgen, y llevarlos a hacer el mal, les pido que cambien su mala conducta o que se alejen de nuestra casa. Y los que desean saber en qué grupo los vi en este sueño, pueden pasar a mi habitación y yo se los diré. Y les repito: los que se dedican a hacer el mal, que dejen su mala conducta o que se alejen de nuestra casa. Buenas noches.

Tomado del libro: Sueños de San Juan Bosco.

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