DERRAMAMIENTO DE LA SANGRE DE JESUS.
Tomado del libro el Hombre Dios de María Valtorta.
El derramamiento de la Sangre de Jesús se inicia en Getsemaní y termina en la Cruz hasta la última gota y así le dijo Jesús a María Valtorta:
«¡Ay cuanta Sangre, derramé! Y la derramé en todo lugar, para santificarlo todo y a todos. Este mi sufrimiento y este sangrar en varios lugares tiene su razón de ser.
He derramado la Sangre en Getsemaní, huerto y olivar, para santificar la campiña y las faenas de la agricultura. La campiña creada por mi Padre con trigales, sus vides y árboles frutales. La he esparcido para santificar la tierra y a los agricultores, abarcando con ellos a los pastores de las distintas especies de animales.
He esparcido mi Sangre en el Templo, siendo que Yo estaba herido con piedras y garrotes, para santificar en el templo de Jerusalén el Templo futuro: Mi Iglesia y todas las iglesias, casas de Dios y a sus ministros.
He esparcido mi Sangre en el Sanedrín que representaba a la Iglesia y la Ciencia también. Yo solo conozco cuanta santificación necesita la ciencia humana que usa de si misma para negar la Verdad y para creer siempre menos en ella, viendo a Dios a través de los descubrimientos de vuestra inteligencia.
He esparcido mi Sangre en el palacio de Herodes, para todos los reyes de la tierra, investidos por Mí del supremo poder civil en defensa de los pobres y de la moralidad de sus países. Hay que reconocer que hay un solo Rey de Reyes y que su ley tiene que ser la ley soberana de todos los reyes de la tierra.
He derramado mi Sangre, rociándola como lluvia santa en la casa de Pilatos, para redimir esta clase de la tierra que tiene infinita necesidad de redención, porque, desde que el mundo existe, ella ha creído poder hacer licito lo ilícito
He rociado con más abundante aspersión de Sangre a los soldados verdugos de la flagelación, para infundir en la milicia aquel sentido de humanidad en las dolorosas circunstancias de la guerra.
Mi Sangre ha bañado las vías de la ciudad, dejando huellas que, si ya no se aprecian, han quedado y quedarán eternamente presente en la mente de los habitantes de los Cielos altísimos. He querido santificar las calles por las cuales pasa tanta gente y en la cual se hace tanto mal.
Y la última Sangre, recogida entre el pecho y el corazón que ya se ponía helado y que brotó para que en el Hijo de Dios y del Hombre no quedase una sola gota del líquido vital y Yo fuera el Cordero degollado en holocausto aceptable al Señor. Las ultimas gotas de mi Sangre no se han perdido. Debajo de aquella Cruz había una Madre que abrazada al madero de la Cruz, besaba los pies traspasados y en su velo virginal recogía las ultimas gotas de Sangre que goteaban del costado abierto de su Hijo.
¡Muy dolorosa y muy querida Madre desde el nacimiento hasta mi muerte Ella tuvo que sufrir! Ella con su velo vistió al Hijo recién nacido e hizo mortaja a su Hijo inmolado.
¡Aquella Sangre no se ha perdido! Allí está y vive y resplandece sobre el velo de la Santísima Virgen.
¡Divina purpura sobre virginal candor! Será la bandera de Cristo Juez en el día del Juicio Universal.