ORACIÓN DE SAN JUAN PABLO II A NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos.

Esta es la oración que tú inspiraste, oh María, a Santa Catalina Labouré en este mismo lugar hace ciento cincuenta años; y esta invocación, grabada en la medalla, la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por el mundo entero.

En este día en que la Iglesia celebra la visita que hiciste a Isabel después que el Hijo de Dios se hizo carne en tu seno, nuestra primera oración será para alabarte y bendecirte. ¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada tú que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en ti! ¡La maravilla de tu maternidad divina! Y con vistas a ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La maravilla de tu Fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a la cruz de nuestro Salvador! Tu corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos. Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos abiertas. Con la única condición de que nos atrevamos a pedírtelas, de que nos acerquemos a ti con la confianza, osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.

En este lugar bendito yo también quiero expresarte hoy otra vez la confianza, la cercanía profundísima con que me has favorecido siempre. «Totus tuus». Vengo como peregrino después de cuantos han venido a esta capilla desde hace ciento cincuenta años, y como todo el pueblo cristiano que se apiña aquí cada día para comunicarte su alegría, confianza y súplicas. Vengo como el Beato Maximiliano Kolbe; antes de su viaje a Japón, hace cabalmente cincuenta años, vino aquí a buscar tu apoyo particular para propagar lo que luego llamaría «La Milicia de la Inmaculada» y emprender su prodigiosa obra de renovación espiritual bajo tu patrocinio, antes de dar la vida por sus hermanos. Cristo pide hoy a su Iglesia una gran obra de renovación espiritual. Y yo, humilde Sucesor de Pedro, es ésta la gran obra que vengo a confiarte, como lo he hecho en Jasna Góra, en Nuestra Señora de Guadalupe, en Knoch, en Pompeya y en Éfeso, y como lo haré el próximo año en Lourdes.

Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para estar al servicio del designio de salvación actuado por tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano, que la comunión supere todos los gérmenes de división, que la esperanza cobre nueva vida en los que están desalentados. Te pedimos en especial por este pueblo de Francia, por la Iglesia que está en Francia, por sus Pastores, por las almas consagradas, por los padres y madres de familia, por los niños y los jóvenes, por los hombres y mujeres de la tercera edad. Te pedimos por los que padecen pruebas particulares, físicas o morales, por los que están tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por la duda en un clima de incredulidad, y también por los que padecen persecución a causa de su fe. Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas. Te pedimos que el llamamiento a la vocación sacerdotal y religiosa sea ampliamente escuchado y secundado para gloria de Dios y vitalidad de la Iglesia en este país y en los países que siguen esperando ayuda mutua misionera.

Te encomendamos especialmente a la multitud de Hijas de la Caridad, cuya casa madre está enclavada en este lugar y aquí, siguiendo el espíritu de su fundador San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac, están tan dispuestas a servir a la Iglesia y a los pobres en todos los ambientes y en todos los países. Te pedimos por las que viven en esta casa y, en el corazón de esta ciudad febril, acogen a todos los peregrinos que conocen el precio del silencio y la oración.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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