LA MISERICORDIA DIVINA.

El 29 de noviembre de 1873 narraba San Juan Bosco a sus oyentes el siguiente sueño:

En días pasado tuve un sueño espantoso, soñé que estaba en un inmenso valle que tenía dos pequeñas montañas, una a cada lado. Me acompañaban muchos jóvenes. De pronto apareció en el oriente un sol 30 veces más brillante que nuestro sol de mediodía, y su luz era tan fuerte que teníamos que estar con la cabeza y los ojos en dirección hacia el suelo para no quedar encandilados.

Aquel inmenso globo luminoso tenía encima un letrero que decía: “Dios, para quien todo es posible”. Muchos jóvenes al sentir que si miraban aquel globo luminoso se les podían quemar las pupilas de los ojos, se postraron por tierra y empezaron a decir: “Invoquemos la Misericordia de Dios”. Yo también me postre por tierra con el rostro en el suelo y decía como ellos: “Imploro la Misericordia de Dios”.

Y noté que algunos orgullosos se quedaron de pie, mirando hacia el globo luminoso como desafiando a la majestad de Dios y el rostro se les volvió negro como el carbón. Y del globo luminoso salieron unos rayos que los dejaron como fulminados y paralizados, por no querer implorar como los demás la Misericordia de Dios. Y vi con tristeza que son muchos los que no imploran la Misericordia de Nuestro Señor.

Luego vi aparecer en el extremo del valle un monstruo, el más feo y deformado animal que en la tierra se haya podido ver y se acercaba cada vez mas a nosotros. Todos estábamos llenos de terror. Y en ese momento el globo luminoso se colocó en medio entre el monstruo y nosotros, para impedirle que nos hiciera daño. Y se oyó por los cielos aquella frase de la Sagrada Escritura: “No puede haber entendimiento entre Cristo y Satanás, entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas” (2 de Corintios 6,15). Al oír estas palabras me desperté.

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