NOVENA TRADICIONAL DE NAVIDAD, DÍA NOVENO.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS:
Benignísimo Dios de infinita caridad, que tanto amasteis a los hombres, que les disteis en Vuestro Hijo la mejor prenda de Vuestro amor, para que hecho hombre en las entrañas de una Virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio.
Yo, en nombre de todos los mortales, os doy infinitas gracias por tan soberano beneficio y en retorno de él os ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de Vuestro hijo humanado, suplicándoos por Sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongáis nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con tal desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:
Soberana María que por Vuestras grandes virtudes y especialmente por Vuestra humildad, merecisteis que todo un Dios os escogiese por madre Suya, os suplico que Vos misma preparéis y dispongáis mi alma y la de todos los que en este tiempo hiciesen esta novena, para el nacimiento espiritual de Vuestro adorado Hijo.
¡Oh Dulcísima Madre!, comunicadme algo del profundo recogimiento y divina ternura con que lo aguardasteis Vos, para que nos hagáis menos indignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.
Rezar un Avemaría.
ORACIÓN A SAN JOSÉ:
¡Oh Santísimo José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús! Infinitas gracias doy a Dios porque os escogió para tan soberanos ministerios y os adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Os ruego, por el amor que tuvisteis al Divino Niño, me abracéis en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente, mientras en Su divina esencia le veo y le gozo en el cielo. Amén.
Se reza un Padre Nuestro.
CONSIDERACIÓN PARA CADA DIA:
Día noveno (Diciembre 24):
La noche ha cerrado del todo en las campiñas de Belén. Desechados por los hombres y viéndose sin abrigo, María y José han salido de la inhospitalaria población, y se han refugiado en una gruta que se encontraba al pie de la colina. Seguía a la Reina de los Ángeles el jumento que le había servido de cabalgadura durante el viaje y en aquella cueva hallaron un manso buey, dejado ahí probablemente por alguno de los caminantes que había ido a buscar hospedaje en la ciudad.
El Divino Niño, desconocido por sus criaturas va a tener que acudir a los irracionales para que calienten con su tibio aliento la atmósfera helada de esa noche de invierno, y le manifiesten con esto su humilde actitud, el respeto y la adoración que le había negado Belén. La rojiza linterna que José tenía en la mano iluminaba tenuemente ese paupérrimo recinto, ese pesebre lleno de paja que es figura profética de las maravillas del altar y de la íntima y prodigiosa unión eucarística que Jesús ha de contraer con los hombres. María está en adoración en medio de la gruta, y así van pasando silenciosamente las horas de esa noche llena de misterios. Pero ha llegado la media noche y de repente vemos dentro de ese pesebre antes vacío, al Divino Niño esperado, vaticinado, deseado durante cuatro mil años con tan inefables anhelos. A sus pies se postra su Santísima Madre en los transporte de una adoración de la cual nada puede dar idea. José también se le acerca y le rinde el homenaje con que inaugura su misterioso e imperturbable oficio de padre putativo del redentor de los hombres.
La multitud de ángeles que descienden del cielo a contemplar esa maravilla sin par, deja estallar su alegría y hace vibrar en los aires las armonías de esa «Gloria in Excelsis», que es el eco de adoración que se produce en torno al trono del Altísimo hecha perceptible por un instante a los oídos de la pobre tierra. Convocados por ellos, vienen en tropel los pastores de la comarca a adorar al «recién nacido» y a prestarle sus humildes ofrendas.
Ya brilla en Oriente la misteriosa estrella de Jacob; y ya se pone en marcha hacia Belén la caravana espléndida de los Reyes Magos, que dentro de pocos días vendrán a depositar a los pies del Divino Niño el oro, el incienso y la mirra, que son símbolos de la caridad, de la oración y de la mortificación. Oh, adorable Niño! Nosotros también los que hemos hecho esta novena para prepararnos al día de vuestra Navidad, queremos ofreceros nuestra pobre adoración; no la rechacéis: venid a nuestras almas, venid a nuestros corazones llenos de amor.
Encended en ellos la devoción a vuestra Santa Infancia, no intermitente y sólo circunscrita al tiempo de vuestra Navidad sino siempre y en todos los tiempos; devoción que fiel y celosamente propagada nos conduzca a la vida eterna, librándonos del pecado y sembrando en nosotros todas las virtudes cristianas.
GOZOS:
Dulce Jesús Mío
Mi niño adorado.
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Oh Sapiencia suma del Dios soberano,
que al nivel de un niño Te hallas rebajado!
¡Oh Divino Niño ven para enseñarnos
La prudencia que hace verdaderos sabios!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Oh Adonaí potente que a Moisés
hablando, de Israel al pueblo diste
los mandatos! ¡Ah, ven prontamente
para rescatarnos, y que un niño débil
muestre fuerte el brazo!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Oh raíz sagrada de Jesé, que en lo alto
Presentas al orbe Tu fragante nardo!
¡Dulcísimo Niño que has sido llamado
“Lirio de los Valles, Bella flor del campo”!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Llave de David que abre al
desterrado las cerradas puertas de
regio palacio! ¡Sácanos oh Niño con
Tu blanca mano, de la cárcel triste
que labró el pecado!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Oh lumbre de Oriente, Sol de eternos rayos
Que entre las tinieblas Tu esplendor veamos!
¡Niño tan precioso, dicha del cristiano,
Luzca la sonrisa de Tus dulces labios!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Espejo sin mancha, Santo de los
santos, sinigual imagen del Dios
soberano! ¡Borra nuestras culpas,
salva al desterrado y en forma de
niño, da al mísero amparo!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
Rey de las naciones Emmanuel preclaro.
De Israel anhelo Pastor del rebaño!
¡Niño que apacientas con suave cayado
Ya la oveja arisca, ya el cordero manso!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
Ábranse los cielos y llueva de lo alto
Bienhechor rocío como riego santo!
¡Ven hermoso Niño! ¡Ven Dios humanado!
¡Luce, hermosa estrella, brota flor del campo!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
Ven que ya Maria previene sus brazos
Do su Niño vean En tiempo cercano!
¡Ven que ya José con anhelo sacro
se dispone a hacerse de Tu amor sagrario!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Del débil auxilio, del doliente amparo,
Consuelo del triste, Luz del desterrado!
¡Vida de mi vida, mi dueño adorado,
mi constante amigo, mi divino hermano!
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
¡Véante mis ojos de Ti enamorados!
¡Bese ya tus plantas, bese ya tus manos!
Prosternado en tierra te tiendo los brazos
Y aun más que mis frases, te dice mi llanto:
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
Ven Salvador nuestro,
por quien suspiramos,
¡Ven a nuestras almas!
¡Ven no tardes tanto!
ORACIÓN AL NIÑO JESÚS:
Acordaos, ¡Oh dulcísimo Niño Jesús!, que dijisteis a la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento, y en persona suya a todos Vuestros devotos, estas palabras tan consoladoras para nuestra pobre humanidad agobiada y doliente:
“Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”.
Llenos de confianza en Vos, ¡Oh Jesús!, que sois la misma verdad, venimos a exponeros toda nuestra miseria. Ayúdanos a llevar una vida santa, para conseguir una eternidad bienaventurada. Concédenos por los méritos infinitos de Vuestra infancia, la gracia de la cual necesitamos tanto:
(Pedir la gracia que se desea obtener).
Nos entregamos a Vos, ¡Oh Niño omnipotente!, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza, y que en virtud de Vuestra divina promesa, acogeréis y despacharéis favorablemente nuestra súplica. Amén.