PARA AGRADAR A SAN JOSÉ.

Dos frailes franciscanos navegaban cerca de las costas de Flandes, cuando se levantó una furiosa tempestad que hizo naufragar al navío con trecientos pasajeros. Los dos religiosos se sujetaron a uno de los restos del barco y se sostuvieron así sobre las olas.

En esta situación tan angustiosa se encomendaron a San José y permanecieron tres días entre la vida y la muerte. Por fin, al tercer día, vino San José en su auxilio. Se les apareció de pie, sobre la tabla que los sostenía, bajo el aspecto de un joven lleno de gracia y majestad.

Los saludó de la manera muy amable: lo que bastó para llenar sus corazones de un consuelo indecible y comunicar a sus miembros un vigor milagroso. Después, desempeñando el oficio de piloto, los guio a través de las aguas y los dejó en la costa.

“Yo soy San José”, les dijo. “Si queréis agradarme, recitad siete veces el Padre Nuestro y el Ave María en memoria de los siete dolores y gozos que experimenté mientras vivía en la tierra, en compañía de Jesús y de María“.

Dicho esto, desapareció, dejando a los dos religiosos rebosantes de alegría.

Tomado del libro Id a José.

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