NOVENA DE LA ENCARNACIÓN: DÍA SÉPTIMO.

En el día séptimo de la novena de preparación y a la misma hora que en las pasadas, fue María llevada corporalmente al Cielo Empíreo por mano de Sus Santos Ángeles, a diferencia de los días precedentes que era llevada en espíritu. Y puesta en aquel supremo Cielo vio a la Divinidad con mayor Luz y misterios profundos.

Era un espectáculo de nueva admiración y jubilo para todos los espíritus angélicos ver en aquel lugar celestial, una humilde doncella consagrada para reina suya y más inmediata al mismo Dios, entre todas las criaturas.

Determinaron las tres divinas personas que fuese levantada esta criatura al supremo grado de gracia y amistad del mismo Dios, que ninguna otra pura criatura había tenido ni tendrá jamás, y en aquel instante la dieron a ella sola más que tenían todas juntas. Con esta determinación la Beatísima Trinidad se complació y agradó de la santidad suprema de María, como ideada y concebida en su mente Divina.

Y en correspondencia de esta Santidad el Señor ordenó y mandó que fuera María Santísima adornada visiblemente con una vestidura y joyas misteriosas que señalasen los dones exteriores de las gracias y privilegios que le daban como Reina y Esposa.

Vistieron luego dos Serafines a María por mandato del Señor con una túnica o vestidura larga que como símbolo de su pureza y gracia era tan hermosa, de una belleza refulgente, que sólo un rayo de luz de los que sin número despedía, si apareciera al mundo, le diera mayor claridad sólo él que todo el número de las estrellas si fueran soles; porque en su comparación toda la luz que nosotros conocemos pareciera oscuridad.

Al mismo tiempo que la vestían los serafines, le dio el Altísimo profunda inteligencia de la obligación en que la dejaba aquel beneficio de corresponder a Su Majestad con la fidelidad y amor y con un alto y excelente modo de obrar, que en todo conocía, pero siempre se le ocultaba el fin que tenía el Señor de recibir carne en su virginal vientre.

Todo lo demás reconocía nuestra gran Señora, y por todo se humillaba con indecible prudencia y pedía el favor divino para corresponder a tal beneficio y favor.

Sobre la vestidura le pusieron los mismos serafines una cinturón, símbolo del temor santo que se le infundía; era muy rica, como de piedras varias en extremo refulgentes, que la agraciaban y hermoseaban mucho. Y al mismo tiempo la fuente de la luz que tenía presente la divina Princesa la iluminó e ilustró para que conociese y entendiese altísimamente las razones por que debe ser temido Dios de toda criatura. Y con este don de temor del Señor quedó ajustadamente ceñida, como convenía a una criatura pura que tan familiarmente había de tratar y conversar con el mismo Criador, siendo verdadera Madre suya.

Luego le adornaron los cabellos, y ellos eran más brillantes que el oro subido y refulgente. Y en este adorno entendió se le concedía que todos sus pensamientos toda la vida fuesen altos y divinos, inflamados en subidísima caridad, significada por el oro. Y junto con esto se le infundieron de nuevo hábitos de sabiduría y ciencia clarísima, con que quedasen ceñidos y recogidos varia y hermosamente estos cabellos en una participación inexplicable de los atributos de ciencia y sabiduría del mismo Dios.

También le concedieron para sandalias o calzado que todos los pasos y movimientos fuesen hermosísimos y encaminados siempre a los más altos y santos fines de la gloria del Altísimo, con especial gracia de solicitud y diligencia en el bien obrar para con Dios y con el prójimo, como sucedió cuando fue a visitar a Santa Isabel y San Juan.

Las manos las adornaban con manillas, infundiéndola nueva magnanimidad para obras grandes, con participación del atributo de la magnificencia, y así las extendió siempre para cosas fuertes.

Sus dedos los adornaron con anillos, para que con los nuevos dones del Espíritu Divino se hiciesen todas sus obras grandiosas y admirables. Añadieron juntamente a esto un collar o banda que le pusieron lleno de inestimables y brillantes piedras preciosas que tenían otras tres por las tres virtudes fe, esperanza y caridad correspondiendo a las tres Divinas personas.

En las orejas le pusieron unas arracadas de oro con gusanillos de plata, preparando sus oídos con este adorno para la embajada que luego había de oír del Santo Arcángel Gabriel, y se le dio especial ciencia para que la oyese con atención y respondiese con discreción, formando razones prudentísimas y agradables a la Voluntad Divina; y en especial para que del metal sonoro y puro de la plata de su candidez resonase en los oídos del Señor y quedasen en el pecho de la divinidad aquellas deseadas y sagradas palabras: Fiat mihi secundum verbum tuum.

Adornaron luego la vestidura con realces o bordaduras de finísimos matices y oro, que decían: María, Madre de Dios, y otras, María, Virgen y Madre; mas no se le manifestaron ni descifraron entonces estas palabras misteriosas a ella sino a los ángeles santos.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS:

¡Te saludo, Santísima Virgen, Madre de Dios, Trono de Gracia, milagro del Poder Omnipotente!
¡Te saludo, Santuario de la Santísima Trinidad y Reina del Universo, Madre de Misericordia y Refugio de los pecadores!
Madre amadísima, atraído por Tu belleza y dulzura, y por Tu tierna compasión, me dirijo confiadamente a Ti, y te suplico que me obtengas de Tu amado Hijo el favor que pido en esta novena:

(Pedir la gracia que se desea obtener).

Obtén también para mí, Reina del cielo, la más viva contrición por mis pecados y la gracia de imitar estrechamente las virtudes que tan fielmente practicaste, especialmente la humildad, la pureza y la obediencia.
Sobre todo, te ruego que seas mi Madre y Protectora, que me recibas en el número de Tus devotos hijos y me guíes desde Tu alto trono de gloria.
¡No rechaces mis peticiones, Madre de Misericordia! Ten piedad de mí y no me abandones en vida ni en el momento de mi muerte.
Amén.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

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