FEBRERO 6: SAN PAUL MIKI Y COMPAÑEROS MÁRTIRES.

Este es un extracto del relato de un testigo ocular del martirio de San Pablo Miki y Compañeros (Cap. 14, 109-110; Acta Sanctorum Feb.1, 769). Se lee en el Oficio romano de lecturas cada 6 de febrero, en el memorial de San Pablo Miki y sus compañeros mártires:

Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que les exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El Padre Comisario estaba inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín daba gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el verso: “En tus manos, Señor, encomiendo mi vida”. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz clara. El hermano Gonzalo recitaba también en alta voz el Padrenuestro y el Avemaría.

Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito más honorable de los que hasta entonces había ocupado, declaró en primer lugar a los circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan inestimable. Después añadió estas palabras:

“Al llegar este momento no creerá ninguno de vosotros que me voy a apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que no hay más camino de salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte, y les pido que reciban el bautismo”.

Y, volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a animarles para el trance supremo. Los rostros de todos tenían un aspecto alegre, pero el de Luís era singular. Un cristiano le gritó que estaría en seguida en el paraíso. Luís hizo un gesto con sus dedos y con todo su cuerpo, atrayendo las miradas de todos.

Antonio, que estaba al lado de Luís, fijos los ojos en el cielo, y después de invocar los nombres de Jesús y María, entonó el salmo: “Alabad, siervos del Señor”, que había aprendido en la catequesis de Nagasaki, pues en ella se les hace aprender a los niños ciertos salmos.

Otros repetían: “¡Jesús! ¡María!”, con rostro sereno. Algunos exhortaban a los circunstantes a llevar una vida digna de cristianos. Con éstas y semejantes acciones mostraban su prontitud para morir.

Entonces, según la tradición japonesa, los verdugos desenvainaron cuatro lanzas. Al verlas, los fieles exclamaron: “¡Jesús! ¡María!”, y el llanto angustioso de los presentes llegaba al cielo. Los verdugos los mataron uno por uno, acabando con todos en poco tiempo.

Oh Dios, fortaleza de Todos los Santos, que por medio de la Cruz, has llamado a los mártires San Pablo Miki y a sus compañeros a la vida eterna por medio de la cruz; concédenos, te pedimos, que por su intercesión mantengamos con valor, incluso hasta la muerte, la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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