EL PADRE PÍO Y LA LLAGA MÁS DOLOROSA DE NUESTRO SEÑOR JESÚS.

Fray Modestino de Pietrelcina fue un fraile Capuchino que se desempeñaba como portero, ayudante en la cocina y sacristán en San Giovanni Rotondo. Era hijo espiritual del Padre Pio y el proceso para su beatificación inició el 14 de septiembre del año 2020.

Después de la muerte del Padre Pío, Fray Modestino fue el encargado de hacer el inventario de sus pertenencias y guardarlas. En la ropa del Padre Pío encontró una camisa de lana que tenía una gran mancha de sangre en el hombro derecho, de 10 centímetros de diámetro parecido al de la Sabana Santa, esto llamó mucho su atención y pidió al Padre Pío en oración que le iluminara sobre el significado de la camiseta manchada de sangre.

En la noche, mientras estaba dormido, un terrible dolor en el hombro, cerca de la clavícula, lo despertó a la una de la mañana. Dice Fray Modestino que era un dolor tan fuerte e insoportable que sintió que iba a morir si continuaba, pero duró poco tiempo, era “como si lo hubieran cortado con un cuchillo hasta el hueso”. Así relata Fray Modestino lo acontecido en el libro “El Santo de Pietrelcina”:

“Me quedé dormido. Pero, exactamente a la una y cinco minutos de esa noche, mientras dormía, un dolor repentino y agudo en el hombro me hizo despertar. Era como si alguien me hubiera descarnado la clavícula con un cuchillo . Si ese dolor hubiera durado unos minutos más, creo que habría muerto. Al mismo tiempo escuché una voz que me decía: “¡Eso fue lo que sufrí!”. Un perfume intenso me envolvió y llenó toda mi celda y sentí mi corazón desbordarse del amor de Dios”. (El relato completo se encuentra en la parte final de este escrito).

En el libro “El Papa y el Fraile” relatan que en 1948 cuando Karol Wotjyla (San Juan Pablo II) fue a visitar al Padre Pio, le preguntó cuál era la llaga más dolorosa que tenía y el Padre Pío le respondió: “Es la herida de mi hombro, de la que nadie sabe nada y nunca ha sido curada ni tratada”.

Y varios años atrás, San Bernardo de Claraval, uno de los Doctores de la Iglesia, preguntó a Nuestro Señor Jesús cuál fue la herida que más dolor le ocasionó, recibiendo esta respuesta:

“Yo tenía en el hombro, sobre el cual cargué mi pesada Cruz, una llaga profunda y dolorosa que me atormentaba más que las otras y que no es recordada por los hombres porque no la conocen. Honra esta llaga con devoción y te daré todo lo que me pidas a través de su virtud y mérito. Y a todos aquellos que veneren esta llaga, yo les perdonaré todos sus pecados veniales, no recordaré sus pecados mortales y conseguirán mi gracia y misericordia”.

En este enlace se encuentra la historia de la Llaga más dolorosa de Nuestro Señor Jesús y la oración de San Bernardo: La Llaga más dolorosa de Jesús.

RELATO COMPLETO DE FRAY MODESTINO ACERCA DE LA LLAGA DEL HOMBRO DEL PADRE PÍO:

“Después de la muerte del Padre Pío, seguí explorando con cuidado y detenimiento cada prenda de su ropa que ordenaba y archivaba, con la sensación de que aún tendría que hacer algunos otros descubrimientos desconcertantes. ¡No me equivoqué! Cuando llegó el momento de las camisetas, recordé que una tarde de 1947, frente a la celda N° 5, el Padre Pío me confió que uno de sus mayores dolores era el que sentía al cambiarse de camisa. Yo había pensado que ese dolor había sido causado al Padre por la herida que tenía en el costado. El 4 de febrero de 1971, sin embargo, tuve que cambiar de opinión cuando, observando más detenidamente un suéter de lana que usaba, noté en él, para mi gran sorpresa, a la altura de la clavícula derecha, un rastro indeleble de sangre. Era la clara señal de un hematoma circular de unos diez centímetros de diámetro, al inicio del hombro derecho, cerca de la clavícula. Se me ocurrió la idea de que el dolor del Padre Pío podría derivar de aquella misteriosa herida. Me quedé estupefacto y perplejo. Por otra parte, había leído en algún libro de piedad una oración en honor de la herida en el hombro de Nuestro Señor, abierta por el madero de la Cruz que, al revelar tres huesos sacrosísimos, le había causado amargos dolores. Si todos los dolores de la Pasión se habían repetido en el Padre Pío, no se podía excluir que también hubiera sufrido los causados ​​por la herida en el hombro. Su sufrimiento al contemplar a Cristo cargado con el pesado madero y más aún, cargado con nuestros pecados, ciertamente le había causado una herida más en el hombro. Dolor místico y dolor físico. A estas alturas, gracias a mi amigo médico, tenía las ideas claras, o casi, al respecto. En Jesús, cargando la Cruz, se produjo la destrucción de la epidermis y del tejido subcutáneo en Su hombro. El peso de la madera y el roce del elemento rígido muy duro contra las partes blandas le habían producido una lesión muscular traumática, con “dolor neurítico óseo”. En el Padre Pío esa herida física, generada por el sufrimiento místico, había provocado un hematoma profundo y fuga de líquido sanguíneo en el hombro derecho, con secreción serosa. Así que aquí hay un halo borroso en la camiseta con una mancha oscura de sangre absorbida en el centro. Inmediatamente hablé de este descubrimiento con el padre superior, quien me dijo que escribiera un breve informe. Incluso el padre Pellegrino Funicelli, que había ayudado al Padre Pío durante años, me confió que, ayudando varias veces al Padre a cambiarse la camisa de lana que llevaba, casi siempre había notado un hematoma circular en el hombro. Además de esto, me llegó una confirmación importante del propio Padre Pío. Por la noche, antes de dormirme, le hice con gran fe esta oración: “Querido Padre, si realmente tienes una llaga en el hombro, dame una señal”. Me quedé dormido. Pero, exactamente a la una y cinco minutos de la madrugada, mientras dormía, un dolor repentino y agudo en el hombro me hizo despertar. Era como si alguien me hubiera descarnado la clavícula con un cuchillo. Si ese dolor hubiera durado unos minutos más, creo que habría muerto. Al mismo tiempo escuché una voz que me decía: “¡Así sufrí!”. Un perfume intenso me envolvió y llenó toda mi celda. Sentí mi corazón desbordarse del amor de Dios y todavía sentía una sensación extraña: haber sido privado de ese sufrimiento insoportable era aún más doloroso para mí. El cuerpo quería rechazarlo pero el alma, inexplicablemente, lo deseaba. Fue muy doloroso y dulce al mismo tiempo. ¡Ya lo entendí! Confundido más que nunca, tenía la certeza de que el Padre Pío, además de los estigmas en manos, pies y costado, además de haber sufrido la flagelación y la coronación de espinas, durante años, un nuevo Cireneo de todos y para todos, había ayudado a Jesús a llevar la cruz de nuestras miserias, de nuestras faltas, de nuestros pecados. ¡Y esa camiseta tenía una marca imborrable!”. 

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