ORACIÓN DE SANTA MARÍA FAUSTINA A JESÚS EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR.

Jesús, prisionero de amor, Tú escondes tu incomprensible majestad y te bajas a una criatura que es toda miseria. Oh Rey de Gloria! Aun cuando ocultas tu grandeza a mis ojos, en lo profundo de mi alma que medita se descorre el velo de este misterio y veo interminables coros de sublimes Ángeles que te presentan sin cesar sus homenajes y cantan a tu gloría: ¡Santo, Santo, Santo!

¿Quién podrá comprender. Señor, la Misericordia sin límites con que muestras a los hombres tu Amor? Oh Esclavo de amor, yo encierro mi corazón contigo en el Sagrario para que pueda adorarte día y noche! Nada ni nadie puede impedírmelo y si físicamente estuviera lejos de TI, mi corazón permanece aquí contigo ya que no existen barreras ni obstáculos para el amor.

¡Oh indivisible y Santa Trinidad, único Dios! Anhelo verte ensalzada y alabada eternamente por ese don que es incomprensible para nosotros y es el amor sacramental, como también por haber puesto disposición de los hombres tu inagotable Misericordia como parte de la herencia a ellos asignada. Amén.

Te adoro, Creador y Señor escondido en el Santísimo Sacramento. Te adoro por todas las obras de tus manos que me revelan tanta sabiduría, bondad y misericordia. Señor, has esparcido tanta Hermosura sobre la tierra y ella misma me habla de tu belleza. Sin embargo, se trata tan sólo de pálidos reflejos de Ti, belleza incomparable.

A pesar de que le hayas escondido y hayas ocultado tu belleza, mis ojos iluminados por la fe te alcanzan y mi alma reconoce a su Creador, su sumo bien, mientras mi corazón se sumerge enteramente en la oración de la adoración.

Creador y Señor mío, tu bondad me dio la osadía de dirigirte mis palabras y es gracias a tu Misericordia que desaparece el abismo que separa al Creador de su criatura. Conversar contigo, Señor, es para mi corazón una delicia y en Ti encuentro todo cuanto me es posible desear. Ahí es donde tu luz ilumina mi inteligencia y la hace capaz de conocerte cada vez más profundamente, ahí es donde las gracias se derraman a raudales sobre mi corazón y donde alma llega a las fuentes de la vida eterna.

Oh Cristo! Mi mayor felicidad es saber que eres amado, saber que el honor de tu Nombre resuena por doquier y que en todas partes se canta la Gloria de tu Misericordia.

¡Oh Jesús! hasta el último instante de mi vida no cesaré de exaltar yo misma tu misericordia. Quiero que cada latido de mi corazón renueve a cada instante mi gratitud, que cada gota de mi sangre circule solamente por Tí. Anhelo que todo mi ser cante tu gloria. Y cuando llegue mi hora, quiero con el último latido, todavía una vez más en la tierra, elevar un himno de amor a tu Misericordia. Amén (D. 1692).

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