DEVOCIÓN DE LOS SIETE DOMINGOS A SAN JOSÉ: CUARTO DOMINGO.

SU DOLOR: Cuando conoció por medio de la profecía de Simeón, que Jesús y María estaban destinados a padecer.

SU GOZO: Cuando conoció que los sufrimientos de Jesús y María habían de ser ocasión de salvación de innumerables almas.

LECTURA BIBLICA (San Lucas 2, 22-35):

Cuando se cumplieron los días en que Jesús y María debían purificarse según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso y esperaba la Consolación de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había hecho saber, que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor.

Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo cuando los padres llevaron al Niño Jesús, para cumplir lo que la ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora Señor puedes según tu palabra, dejar que tu siervo muera en paz; porque han visto mis ojos tu Salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel.

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Este niño está puesto para que muchos en Israel se caigan o se levanten, y como signo de contradicción. Y a ti una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto la intención de muchos corazones.    

Por este dolor y este gozo, consíguenos que estemos entre el número de aquellos que, por los méritos de Jesús y la intercesión de María, la Virgen Madre, están predestinados a una resurrección gloriosa.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

¡San José, guardián fiel de la Iglesia, ruega por nosotros!

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