ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN (BEATA ANA CATALINA EMMERICK).

Jesús anunció el día de su entrada triunfal: mandó que llamaran a todos los apóstoles y discípulos, y habló largamente con ellos. Los apóstoles estaban tristes. Con Judas se manifestó amable y hasta le dio el encargo de ir a avisar a los apóstoles y discípulos que faltaban. Estos encargos le gustaban mucho, pues le agradaba hacerse importante y aparecer como capaz. Después enseñó Jesús a Lázaro y a las santas mujeres una parábola:

Comenzó hablando del Paraíso terrenal, de la caída de Adán y Eva y de la promesa del Redentor. Habló del aumento y crecimiento del mal y del pequeño número de los fieles trabajadores en el jardín de Dios. Luego enlazó con esto la parábola del rey que tenía un magnifico jardín, al cual vino una mujer que mostró al rey un espléndido jardín de especias aromáticas, que lindaba con las posesiones del rey. Esta mujer dijo al rey: “Si ese hombre sale del país, conviene que el rey compre su jardín y establezca en él su plantación de aromas”. El rey quería plantar ajos y cebollas en el jardín del hombre que estimaba tanto su jardín plantado de especies aromáticas, y que lo tenía por lugar sagrado destinado sólo a plantas nobles. El rey mandó llamar al dueño del jardín, pero éste no quería dejar su posesión ni salir de allí. Fue perseguido en todas las formas y hasta quisieron apedrearlo en su propio jardín, de modo que el hombre enfermó de pena y dolor. Finalmente sucedió que el rey perdió su padre y todo lo que tenía; en cambio, el jardín y todas las cosas del hombre prosperaron grandemente. En ese momento vi esta bendición sobre el hombre en forma de un árbol hermoso que fue creciendo hasta cubrir la superficie de la tierra. Toda la parábola yo la veía desarrollarse como una realidad y la prosperidad de ese hombre como un brotar, crecer, propagarse y desarrollarse, y cómo de allí se regaba el mundo, recibía luz, rocío, lluvia y fecundidad. Esta bendición se propagó hasta las más lejanas comarcas. Jesús explicó la parábola diciendo que Satán y su reino del mal es ese rey que maltrata al Hijo de Dios, a quien el Padre mismo le ha confiado el jardín para cultivarlo. Dijo que así como el pecado y la muerte habían comenzado en un jardín, así comenzaría la Pasión de Aquel que tomó sobre Sí el pecado, en un jardín, y que el triunfo se completaría con la Resurrección en un jardín.

A la mañana siguiente envió Jesús a los discípulos Eremenzear y Silas a Jerusalén, a través de los jardines y posesiones de Betfagé, a abrir canceles y barracas para dejar expedito el tránsito a Jerusalén. Les dijo que en el camino a Betfagé, junto al albergue, a través del cual va el camino, encontrarían una asna con su pollino en la pradera.

Les mandó que prepararan el camino hasta el templo. Yo he visto cómo estos dos discípulos prepararon el camino, abrían las tranqueras y quitaban todo obstáculo. El albergue grande, en cuyas praderas estaban la asna y el pollino, tenía un patio con un pozo. La asna pertenecía a un extranjero que al ir al templo la había dejado allí. Los discípulos ataron la asna y al pollino lo dejaron libre. Los he visto después ir sacando todo estorbo del camino hasta cerca del templo.

Jesús ordenó el cortejo. A los apóstoles los hizo caminar de a dos a su lado, diciéndoles que debían representarlo después de su muerte en la comunidad. Pedro era el primero; luego, aquellos que irían a las partes más lejanas a predicar el Evangelio. Los últimos delante con Jesús eran Juan y Santiago el Menor. Todos llevaban ramas de palmas. Cuando los dos discípulos de Betfagé vieron que venía el Señor, fueron a su encuentro con la asna y el pollino. Sobre el animal pusieron mantas, de modo que sólo se veía la cabeza y la cola. Jesús se revistió entonces la Vestidura blanca de fiesta que llevaban los discípulos: se acomodó la ancha faja con signos y letras y una estola que llegaba hasta los pies terminada en una especie de escudo bordado en los cabos. Los dos discípulos le ayudaron a sentarse sobre el animal, que no tenía riendas, sino sólo una tela angosta al cuello, colgando hacia abajo. No sé decir si Jesús montó la asna o el pollino, pues ambos eran de igual estatura y un animal caminaba al lado del otro. Eliud y Silas iban a los lados de Jesús y Eremenzear detrás: a éstos seguían los nuevos discípulos que Jesús había traído o recibido en los últimos tiempos.

Comenzaron a cantar mientras caminaban y la gente que se había reunido en Betfagé se unió a la procesión. Jesús les dijo nuevamente que observasen a los judíos cuáles eran los que agitaban sólo ramas y las ponían a su paso: cuáles extendían sus vestidos, y cuáles hacían ambas cosas a la vez. Los últimos serían los que no solamente con su propia abnegación, sino también con sus riquezas mundanas buscarían la honra de Dios.

Jesús esperó entre Betfagé y Betania. Los dos discípulos esperaron detrás de Betfagé, donde llevaron la asnilla. En Jerusalén, los mismos mercaderes que habían desalojado Eremenzear y Silas de sus puestos de venta, porque el Señor iba a entrar solemnemente, se pusieron a adornar el camino: removieron algunas piedras del piso y plantaron arbustos y ramas largas, uniéndolas por arriba en forma de arcos y colgaron de ellos frutas amarillas parecidas a manzanas. Los discípulos enviados a Jerusalén avisaron a muchos de la entrada de Jesús, y ahora salían al encuentro del Maestro, como también muchos forasteros que habían llegado para las próximas fiestas de Pascua. Todos se dirigían hacia el lado de la ciudad por donde iba a entrar Jesús. Muchos extranjeros habían acudido también para ver a Jesús, por haber sabido la resurrección de Lázaro que era muy conocido. Ahora que había corrido la voz de que Jesús se acercaba a Jerusalén, todos ellos salieron a su encuentro.

El camino de Betfagé a Jerusalén, va a través del Huerto de los Olivos, que era una elevación, pero no tan alta como la altura donde se asentaba Jerusalén. Saliendo de Betfagé por el Huerto de los Olivos se ve el templo al final del hermoso camino, bordeado de árboles, jardines y huertos. Los que salían de la ciudad iban al encuentro de los que formaban el cortejo de Jesús, que avanzaba cantando salmos. En ese momento salían también algunos sacerdotes con sus vestiduras y quisieron detenerlos: quedaron un momento perplejos, mientras los sacerdotes se dirigieron a Jesús pidiéndole razón de su proceder y por qué no impedía esos cantos, esas aclamaciones y ese tumulto de gente. Jesús les contestó que si ellos callaran, hablarían las piedras del camino. Con esto se retiraron los sacerdotes.

El Sumo Sacerdote reunió al consejo. Llamaron a los parientes de los que seguían a Jesús, hombres, mujeres y niños, como también de aquellos que salieron al encuentro de Jesús desde Jerusalén, los encerraron en el gran patio y enviaron personas para espiar lo que pasaba en la procesión de Jesús. De entre las turbas que aclamaban a Jesús muchos arrancaban ramas y palmas y las ponían en el suelo, camino hacia el templo, y se quitaban el manto y otros vestidos exteriores para ponerlos al paso de Jesús. Los niños abandonaron la escuela y se mezclaron con la turba. La Verónica, que tenía dos hijos consigo, se quitó el velo que traía y lo puso en el camino, y he visto que les quitó ropa a sus niños para echarlos al paso del Señor. Se unió a las santas mujeres que venían detrás: conté diecisiete. El camino tenía ya tantas ramas, hojas, mantos, que estaba todo como alfombrado, pasando bajo arcos de triunfo hechos con ramas de los árboles.

He visto que Jesús lloró al pensar que tantos que hoy le aclamaban, pedirían muy pronto su muerte. Lloraban los apóstoles al decirles Jesús que uno de ellos lo vendería a sus enemigos. Lloró Jesús al ver el templo que pronto iba a ser destruido. Cuando Jesús llegó a las puertas de la ciudad el júbilo, el clamor de las turbas fue en aumento. Empezaron a poner a su paso a enfermos de todas clases. Jesús tuvo que detenerse con frecuencia, desmontar y sanar a todos indistintamente. Entre la turba jubilosa he visto que se habían mezclado algunos enemigos de Jesús, que gritaban y promovían tumulto. Al acercarse al templo, el adorno era aún más vistoso. Habían dispuesto a los lados del camino lugares cercados; entre plantas y árboles habían dejado corretear corderitos adornados con cintas que solían tener para vender y usar en los sacrificios. Había corderos, ovejas y aves de cuellos largos. Eran los mejores animales que solían elegirse para vender y ofrecer en los sacrificios.

El camino desde la puerta de la ciudad hasta el templo, que puede hacerse en menos de media hora, duró tres largas horas. Los enemigos de Jesús entre tanto habían hecho cerrar todas las puertas de la ciudad, de modo que cuando al desmontar Jesús cerca del templo, quisieron los discípulos devolver la asna y el pollino, no pudieron salir; las mujeres tampoco. No se volvieron a abrir hasta la tarde.

(Resumen de la entrada triunfal de Nuestro Señor Jesús en Jerusalén por Ana Catalina Emmerick).

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