REVELACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA A SANTA BRÍGIDA SOBRE SU PURIFICACIÓN Y EL DOLOR QUE CAUSARON EN SU ALMA LAS PALABRAS DE SAN SIMEÓN.

Has de saber, hija mía, que yo no necesitaba de Purificación como las demás mujeres, porque me dejó pura y limpia mi Hijo que nació de mí, ni yo tampoco adquirí la menor mancha, porque sin ninguna impureza engendré a mi purísimo Hijo.

Tal día como hoy se aumentó mi dolor, pues, aunque por inspiración Divina sabía que mi Hijo había de padecer; sin embargo, con las palabras que dijo Simeón, anunciándome que una espada atravesaría mi alma y que mi Hijo sería puesto en señal de contradicción, se atormentó más mi corazón con este dolor; y aunque se mitigaba por el consuelo que recibía del Espíritu de Dios, nunca se apartó de mi corazón, hasta que en cuerpo y alma subí al cielo.

Has de saber también que desde ese día tuve seis clases de dolores:

El primero fue por la meditación que hacía sobre esto que se me había anunciado, y así, siempre que miraba a mi Hijo, siempre que lo envolvía en los pañales y veía Sus manos y pies, quedaba absorta mi alma en un nuevo dolor, porque pensaba cómo había de ser crucificado.

El segundo dolor se refirió al oído; porque siempre que oía las afrentas que le hacían a mi Hijo, y las calumnias y asechanzas que le preparaban, padecía mi alma tal dolor, que apenas podía mantenerme, aunque por virtud de Dios, guardé moderación y decoro, a fin de que no se me notase abatimiento ni flaqueza de alma.

El tercer dolor residía en la vista, pues cuando vi que a mi Hijo lo azotaban atado a una columna y que lo clavaron en la Cruz, caí exánime en tierra, y al volver en mí permanecí afligida y sufriendo con tanta paciencia, que ni mis enemigos ni nadie veían en mí más que una seria dignidad.

Consistió en el tacto mi cuarto dolor, porque junto a otras personas bajamos de la Cruz a mi Hijo, lo envolví en un lienzo y lo puse en el sepulcro; y entonces se aumentó mi dolor de tal manera, que mis manos y pies apenas tenían fuerza para sostenerse. ¡Con cuánto gusto me hubiera entonces sepultado con mi Hijo!

Padecía yo, en quinto lugar, por el vehemente deseo de unirme con mi Hijo, después que Él subió al cielo, porque aumentaba mi dolor la larga demora que en el mundo tuve después de su Ascensión.

El sexto dolor lo padecí con las tribulaciones de los Apóstoles y amigos de Dios, cuyo dolor era también mío, y me hallaba siempre temerosa y afligida: temerosa, de que sucumbieran a las tentaciones y trabajos; y afligida, porque en todas partes padecían contradicción las palabras de mi Hijo.

Aunque la gracia de Dios perseveraba siempre conmigo, y mi voluntad estaba conforme con la del Señor, no obstante, mi dolor era continuo y mezclado de consuelos, hasta que en cuerpo y alma subí al cielo al lado de mi Hijo.

Hija mía, no se aparte de tu alma este dolor, porque si no hubiera tribulaciones, poquísimos entrarían en el reino de los cielos.

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